Tras los buenos resultados cosechados por Bildu en las recientes elecciones vascas, ha llegado el momento de cuestionar a todos aquellos que se rasgan las vestiduras cada vez que los dirigentes abertzales tartamudean confusos periodos de subordinadas para eludir la condena del terrorismo de ETA. ... Que también son ganas de tocar las narices cuando todos sabemos que cierto grado de amnesia es imprescindible para construir una convivencia pacífica, como bien prueba la ejemplar Transición española. A no ser que me esté liando con lo que haya dictaminado el último BOE del Gobierno. Nuestra clase política no puede andar haciéndoles muchas recriminaciones a Otegui y compañía, porque corre el riesgo de recordar sospechosamente a aquel capitán Renault de Casablanca que profería indignado «¡Qué escándalo! ¡Aquí se juega!» y luego ponía la mano para recoger las ganancias de la timba. Además que no queda muy claro qué clase de beneficio aportaría una súbita caída del caballo de los herederos de Batasuna, ni de qué forma lacrimógena y piadosa escenificarían semejante epifanía. Las víctimas no se merecen sucedáneos almibarados, arrepentimiento, perdón, sino dignidad y justicia. Nuestra auténtica línea roja no debe ser, pues, la ética, sino la mucho más apremiante cuestión estética. Uno puede transigir con que nos digan que han evolucionado del coche-bomba al patinete eléctrico, pero no con el hecho de que atenten contra nuestro sentido del gusto con la pavorosa dictadura «abertzandal». Como decía De Quincey, si uno empieza por permitirse el asesinato o la extorsión, pronto no le da importancia a considerar el levantamiento de piedras un deporte, de ahí pasa al sempiterno uniforme de trekking, y acaba por lucir uno de esos emblemáticos flequillos cortados con hacha, que han hecho más por la causa euskaldún que toda la mitología épica y milenaria. Hay quien hasta en bañador va de smoking, y sin embargo esta tribu parece vivir continuamente en un programa de Calleja. El día en que a un batasuno le siente como un guante el traje de Armani habrá comenzado el verdadero cambio de aires en Euskadi. Pudiendo haber optado por una revolución vestida por Balenciaga y musicada con canciones de Family y Le Mans, eligieron el camino del más burdo feísmo. Si a algo se parece el mundo abertzale es al cuarto de un adolescente, una de esas leoneras abigarradas y mal ventiladas en las que el afiche del Che convive con Evaristo y demás luminarias del punk vasco, la desnuclearización con una fantasía lisérgica de brujas hombrunas y protoqueers, el antifascismo con criaturillas más o menos célticas. Nada que no solucionaría una madre abriendo las ventanas y dejando que corra el aire. O aplicando los consejos de Marie Kondo para deshacerse de lo superfluo y poner un poco de orden en ese batiburrillo ideológico. Claro que entonces los vascos y las vascas comenzarían a semejarse peligrosamente a gente normal, como usted y como yo. Anónimos provincianitos de la España esquilmada. Casi tan poquita cosa que pasarían por riojanos.

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