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El articulista se ve obligado a llevar siempre cargada la escopeta de la perplejidad si quiere cobrarse la pieza fugaz de lo verdadero en medio de la maraña de la actualidad arborescente. Dicho de otro modo, y será que hemos amanecido rupestres, deberá cribar en ... el cedazo las aguas turbulentas del presente para hallar la pepita de oro con que agasajar a sus lectores. Todo esto para explicar que voy camino de convertirme en el último columnista en echar su cuarto a espadas sobre la presencia de David Broncano en el prime time de TVE. Y que, mira por dónde, hoy tampoco va a ser. Porque me importa un pito, porque no tendría nada que decir y, sobre todo, porque les estaría dando gato por liebre. Por las mismas fechas del estreno del programa de marras, llegaba a los cines Volveréis, la octava película de Jonás Trueba, una pequeña obra maestra, y digo pequeña porque todo en la filmografía de este director es un rechazo deliberado de lo vehemente y aparatoso. Ambos, Trueba y Broncano, comparten condición de milenials, apenas se llevan tres años, y en todo lo demás son perfectamente antagónicos. El primero, a pesar de haber construido ya una sólida trayectoria avalada por premios internacionales, ni siquiera goza de un especial prestigio dentro de esa cosa atrabiliaria y un poco hiperventilada que se hace llamar 'cine español'; al segundo lo nombraron capitán general de ese trasatlántico institucional que es el Ente, por razones posiblemente bien fundadas pero muy mal explicadas. Ni en broma nos imaginamos a Trueba alardeando en público de los dígitos de su cuenta corriente o de la frecuencia de sus prácticas sexuales, cosas solo propias de horteras y patanes, como la buena educación se encargó siempre de enseñarnos. Hay quien cree que la palabra 'decoro' huele a rancio y naftalina, cuando a menudo es la generosidad de quien concibe la sociedad como un lugar de convivencia.

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larioja A la inmensa minoría