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Os estáis poniendo tiquismiquis con la cosa de que al caudillo de Ferrol lo apioló una infección y no una revolución, que ya me gustaría ... a mí veros en los setenta tomando por las bravas el Palacio de Oriente, con la guardia mora y toda esa caterva de señores serios de bigotillo estrecho y ademán marcial. Una revolución es prolija, liosa e incierta, casi como uno de esos tardeos que empiezan con sonrisas fluorescentes y cócteles tropicales y terminan desbarrancando en una mañana de ibuprofenos, ultimátum laboral y bronca de pareja. El español es ese tipo simpático y atribulado que se va a la cama con toda la determinación de derrocar la dictadura en cuanto se levante, pero luego se va liando, ya sea porque ha quedado con Piluca para invitarla a un vermú con calamares, porque tiene que probar el nuevo Seat o, sencillamente, porque se le va haciendo tarde y ya si eso lo deja para mañana porque es un soplo la vida y cuarenta años no son nada. A mí mismo me pasa que llevo postergando desde principios de siglo todas las tareas insoslayables que me han ido saliendo al paso. A mí me podían haber confiado la titánica tarea de derrotar al fascismo, con la concatenación inmisericorde de Champions, Eurocopas y Mundiales que se produce de septiembre a julio o la capciosa laxitud de horarios de la hostelería nocturna. Además, que estáis dispuestos a iros de fin de semana a un remoto pueblo del Bierzo leonés a celebrar las jornadas del botillo, y ahora os hacéis los longuis cuando nos brindan la oportunidad de tirarnos un año entero de festejos. Os conozco. Sé que estuvimos juntos en muchas fiestas de Peritos y lo mejor de todo es que solo conservamos recuerdos borrosos y aproximados. Nos venimos tan arriba en cuanto nos dejan medio metro que hasta a las elecciones las denominamos «la fiesta de la democracia», a ver si cuela y podemos justificar otro lunes de sábanas pegadas y excusas atrabiliarias. Así es que nos debería parecer de perlas esto de conmemorar a la Flebitis. Pensadlo. La Flebitis tiene nombre de señora jaquetona, de las de chirla en la liga y alegre profusión de venéreas. Hay casi algo de justicia poética en que Franquito la palmase por tratos con la Flebitis. Como si nos hubiera rescatado de la larga noche de la dictadura una Agustina de Aragón más picante y arrabalera. Como una precuela de una Veneno dinamitera que se hubiera pasado al falangismo y toda su bravuconería y cursilada por la mismísima bisectriz. Es lo que tiene la idea preconcebida de las revoluciones, que uno se las imagina como una variante de 55 días en Pekín, con miles de extras, cañonazos y lemas incendiarios, y al final los tinglados totalitarios se vienen abajo como un castillo de naipes en cuanto unas señoritas suecas enseñan sus senos breves y socialdemócratas en una playa de Benidorm. Los franceses tienen a Marianne para encarnar el espíritu republicano. Los españoles contamos con la Flebitis. Por la Flebitis hacia medio siglo de libertades. La Flebitis será la tumba del fascismo.

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larioja La Flebitis y un caudillo de Ferrol