A los muchos dones que cabía atribuirle a nuestro augusto presidente hay que sumarle ahora su capacidad predictiva. Tanto gusto le había cogido a mentar a la bicha del fango, que este ha acabado por inundarlo todo. La actualidad es un lodazal: mientras los dos ... grandes partidos, enzarzados en sus miserables intereses cortoplacistas, se arrojan a la cara las víctimas de la DANA, en EE UU un histrión especializado en chapotear en el barro se alza de nuevo con la presidencia del país. Lo peor que podríamos hacer hoy es recaer en la arrogancia y la pereza mental de simplificar a setenta millones de estadounidenses como vulgares descerebrados que coquetean con el fascismo, ese recalcitrante comodín con el que aquí se pretende anular cualquier atisbo de discrepancia.

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Estamos en riesgo de que una imparable riada de populismo anegue todo lo que creíamos sólido en nuestras sociedades, y no es precisamente mediante frases hechas de pancarta y parvulario como lograremos frenarla. Vivimos tiempos de fragilidad e incertidumbre: las crecientes desigualdades económicas, que están menguando la estabilidad de las clases medias como cimiento del sistema; las imparables crisis migratorias; una juventud de murrias y ansiolítico sin expectativas de futuro; los terrores apocalípticos asociados al cambio climático; los vertiginosos cambios sociales, propulsados, además, por unas redes sociales que solo son fuente de atomización y que han puesto en jaque el mismo concepto de verdad; todos ellos son problemas reales y urgentes a los que la agenda de la política tradicional, anclada todavía en los parámetros del siglo XX, no está dando respuesta.

Es ahí donde los populismos, con sus soluciones de engañosa simplicidad, están ganando la batalla. Resulta muy fácil identificar el mal cuando este se personifica en un mastuerzo disfrazado de bisonte al asalto del Capitolio, pero hay otra lluvia torrencial socavando los principios del Estado de Derecho. Nos manchamos de barro cada vez que no se respeta la división de poderes, cada vez que se cuestiona el ordenamiento jurídico, cuando los atributos del Estado se trocean y se venden al mejor postor a cambio de la permanencia en el poder; fango es la colonización de las instituciones, el amedrentamiento a los medios de comunicación o las adhesiones inquebrantables al líder únicamente por el temor a dejar de salir en la foto. La auténtica tormenta de mierda es la polarización extrema a la que nos somete la clase política en aras de su afán depredatorio de los cargos públicos.

Mal que les pese a muchos, una de las pocas figuras que está encarnado con la debida dignidad los valores inherentes a nuestro sistema democrático es Felipe VI, y lo manifestó con claridad en Paiporta: «Los ciudadanos deben sentir que el Estado está presente en toda su plenitud». Porque ese es el único muro que necesitamos construir, un Estado de derecho sólido que garantice la igualdad entre todos los españoles, y su asistencia y protección frente a las muchas catástrofes que nos amenazan. Un firme dique de contención frente a las riadas de todo tipo.

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