Secciones
Servicios
Destacamos
No sé a ustedes, pero a mí la cosa de nuestra arriscada idiosincrasia nacional me produce unas jaquecas espantosas. Vivir cada día al borde del acontecimiento histórico, del ataque de nervios, del desgarro definitivo. Ya no sé si hay dos Españas, cuatro o cuatrocientas. No ... sé si algunos pasarán o no pasarán o si nuestro pesaroso pasado dejará de pasar algún día. Abro los periódicos o enciendo la radio y la casa se me llena de chunda-chunda mediático, de presuntos cráneos privilegiados que tocan la pandereta en una charanga desquiciante. Es lo que tiene compartir país con varios millones de españoles que no cejan en su inveterada costumbre de españolear. Y, oigan, por tal no me refiero a la quincallería de pulseritas rojigualdas o a las erecciones de banderas descomunales que harían las delicias de un psicoanalista freudiano, brindis todos ellos al sol más o menos casposos según el gusto de cada cual pero, si bien se mira, de carácter perfectamente inofensivo. Españoleamos, más bien, cuando, como en el famoso cuadro de Goya, nos descalabramos unos a otros a garrotazos mientras nos hundimos en el lodazal. Bastaría con extractar las perlas que han rebuznado, y perdón por los pollinos, los unamunianos hunos y otros en los últimos años, para llegar a la conclusión de que los españoles no discurren a la manera usual, a los españoles las ideas se les suben a la cabeza para emplearla como ariete. A pesar de que los supuestos gigantes sean a menudo solo molinos de viento. Como dijo Borges de los peronistas, los españoles no somos ni buenos ni malos, somos, sencillamente, incorregibles.
Con frecuencia ha pensado uno en su adversa fortuna, que no le ha nacido en latitudes más septentrionales, de aburrido y sempiterno estado del bienestar, noches interminables y comatosas borracheras silenciosas y programadas. Imaginen al señor Vatanen calificando al señor Kankkunen de finlandazo o de narcobolivariano. ¿Sobre qué pueden discutir enconadamente? ¿Sobre la cuestionable laponidad de Papá Noel? ¿Sobre los derechos laborales del reno Rudolph? ¿Sobre el evidente heteropatriarcado capitalista de todo el tinglado? Estos buenos señores viven en un mundo apacible sin españoles, en el que se bebe hidromiel, se contemplan auroras boreales y se disfrutan quince días al año de barra libre y sol a cascoporro en Benidorm.
Todavía no pierdo la esperanza de que alguno de nuestros políticos imite algún día en las Cortes aquello de Estanislao Figueras, presidente efímero de la I República: «Señores, ya no aguanto más. ¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!» Y acto seguido se dio el piro. Nos merecemos otra cosa. Y buscarnos un país más respirable, con menos materia inflamable al alcance de chiquilicuatres con pocos escrúpulos y su propia vanidad como libro de cabecera. El poeta canario Nicolás Estévanez dijo: «Mi patria es de un almendro la dulce, fresca, inolvidable sombra» Yo, por estos lares, ya me he sacado el pasaporte bajo una higuera. Busquen la suya y háganse fuertes.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Carnero a Puente: «Antes atascaba Valladolid y ahora retrasa trenes y pierde vuelos»
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.