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El otro día se congregaron en Logroño doscientos tunos, e inevitablemente a uno le asalta una interrogación más propia de Jardiel Poncela: pero, ¿es que hubo alguna vez doscientos tunos? Claro que el más joven de ellos sería ya un señor maduro entregado a la ... jarana de las cabriolas y el clavelitos por los años del Preu. Yo creo que a prudente distancia les seguía una uvi móvil, porque a ciertas edades las coreografías bizarras, con pavoneo de brincos y pandereta, solo se las podía permitir Leonardo Dantés y sus pañuelos. Pero todo sea con tal de mantener una actitud juvenil y desenfadada. Los actuales cincuenta son los nuevos quince con tarjeta de crédito y menos materia gris en la mollera, o sea, las condiciones idóneas para la revancha de los albóndigas. Ha llegado el momento de hablar muy seriamente sobre esas camisetas ombligueras de Los Goonies, que solo hacen delatar el inexorable derrumbe de la carne y sus verdes racimos. Hemos visto recientemente señores hechos y derechos que entraban a ver Barbie, y no como siniestros degenerados en gabardina, sino como quien frunce el ceño para tragarse La clave de Balbín. Tenemos que parar esto. Estamos haciendo el ridículo, y lo sabes. Cómo será la cosa que uno se encuentra hoy a la típica familia de paseo dominguero y le viene a la mente aquello que dijera Foxá de los flechas falangistas: «Niños vestidos de gilipollas, mandados por gilipollas vestidos de niños».
Porque esa es otra. En este despropósito se nos está recociendo en su propia salsa una juventud absolutamente atormentada y neurótica. Váyanles con lo del divino tesoro de Darío, pero solo si tienen varias cajas de Trankimazín a mano. Andan como vacas sin cencerro. A los doce años, sus móviles rebosan ya de tal materia fecal que solo deberían manipularlos embutidos en trajes presurizados. Han visto cosas que dejarían una orgía de Houellebecq a la altura de una reunión de ursulinas tomando pastitas. Para ellos el Leatherface de La matanza de Texas sería casi la derechita cobarde. No es de extrañar que a los dieciéis ya no sepan si son ello, elle, elfos o nubes. La realidad es un Vietnam y juro que a veces pululan por los institutos murmurando «el horror, el horror» con el cráneo rapado y lleno de pústulas como Brando en Apocalypse now. Serían capaces der hacerle bullying al mismísimo Cojo Manteca, porque ahora no hay futuro más allá de los siete segundos de un vídeo de Tiktok. Por eso a veces Puerto Hurraco se escapa del metaverso.
Nos dijeron que lo guay y moderno era dejar al coche sin frenos ni conductor, y ahora que asoman las señales de precipicio nos conminan a imitar a nuestros padres o nuestros abuelos. Justo cuando nos habíamos colado por fin en la fiesta de las niñas monas y las cocacolas para todos. ¿A quién le apetece ser adulto bajo una bola de colores? Tenían razón los de Muchachada. Nuestros hijos tienen cuerpo de joven y cabeza de viejo depresivo y neurasténico; nosotros somos cuerpo de viejo, cabezas de chorlito.
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