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Va para solo cuatro años, aunque la deliberada niebla de la memoria difumine el recuerdo, que por la cosa coronavírica nos preguntábamos con la voz aguardentosa de Sabina quién nos estaba robando el mes de abril, y con las mismas a mí me parece ya ... flagrante denunciar que con el verano se está produciendo otro atraco a mano armada delante de nuestras narices. Clama al cielo. Primero nos habituaron a perímetros, pasaportes y playas balizadas, de tal forma que si uno quería pegarse un chapuzón en la piscina de su pueblo se sentía poco menos que un desesperado disidente sorteando el Telón de Acero en tiempos de la Stasi. Cayó el muro pandémico, y entonces nos azuzaron como a miuras despavoridos que salen de toriles dispuestos a ocupar cada centímetro de litoral, chiringuito o rincón instagrameable, porque de repente habíamos caído en la cuenta de que nuestra vida, además de breve, era un truño considerable, y además la consumíamos en un zulo de cincuenta metros cuadrados con vistas al tendedero del vecino. Aquel axioma bíblico del «multiplicaos y llenad la tierra» cobró un giro insospechado por obra y gracia de los vuelos baratos y los pisos turísticos, y en esta ocasión las langostas se convirtieron en una plaga ávida de stories y experiencias con encanto. Se acabaron los veraneos de siesta, chicharra y relojes blandos. Vamos como pollos sin cabeza por la vaguada de los meses estivales, e incluso la propia actualidad se ha contaminado de nuestra necesidad bulímica de suministrarnos buenos chutes de dopamina y colesterol chungo cada tres minutos. Tuvimos elecciones generales el pasado julio, y, a estas alturas, ya me dirán para qué, si es que todavía alienta la incredulidad en algún espíritu puro. Se extinguió aquella maravillosa prensa confeccionada por becarios, que llenaba sus aligeradas páginas con bulos veraniegos, inevitables relatos en bermudas y posados casposos de tronadas entrañables en su inofensiva inutilidad. Díganme si no hemos empeorado con esta saturación de Begogates, esa corruptela como de mesa-camilla ecofriendly, o intentos de magnicidio con balines y estadistas gagá. Cómo echo de menos ese tiempo letárgico que tradicionalmente comenzaba con la finalización del Tour, cuando el verano entraba en un mar de los Sargazos de calmas chichas, ayuno de noticias y novedades, donde la brújula de los calendarios perdía su norte, y a un día intrascendente y liviano le sucedía un nuevo día indistinguible. La felicidad es incompatible con la incierta expectativa del mañana, la perfección de un romance se alcanza en lo que tarda en derretirse un helado compartido, o en sumergirse el último resplandor del sol en las aguas del mar, el otoño es sombrío y rutinario como su tren de oes oscuras y apagadas.

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