Durante los años 60 y 70 se hicieron celebres los congresos del Partido Comunista búlgaro para la designación del secretario general del Politburó. Sistemáticamente, el camarada Todor Zhikov era reelegido con tal grado de unanimidad que cosechaba un número superior de votos al de delegados ... asistentes. Quizás con ese precedente, y por si las moscas, el PSOE decidió el pasado fin de semana trasladar la capital de Bulgaria por un par de días a Sevilla. Reconozco que poco más es lo que sabe uno sobre Bulgaria. Acaso su inolvidable selección del 94, una banda de macarras patibularios, entre el hirsutismo y la alopecia, que alcanzó la gloria de semis a base de cartones de Marlboro, camiones cisterna de cerveza y una genialidad anárquica y filibustera. La verdad es que cuesta poco imaginarse a los Stoichkov, Letchkov y compañía en el congreso socialista sevillano. Bien como jayanes de la cofradía de Monipodio, a la vista de cómo se cotiza la puñalada trapera en el partido, bien como palmeros finos encuadrados en el elenco de los Cantores de Hispalis. De hecho a lo mejor el cónclave se celebró en Sevilla para que al menos los aplausos se llevasen al compás y libres de la nota discordante de financiaciones singulares o corruptelas varias. Eso, o en un guiño cómplice al defenestrado Alfonso Guerra, autor del famoso axioma del que ha hecho bandera nuestra clase política: «Aquí el que se mueve no sale en la foto». No se lleven a error, parecería que a muchos nos alegra que el PSOE se monte su propio Waco, y nada más lejos. Precisamente ayer se celebró el cuarenta y cinco aniversario de nuestra Constitución. Será preciso repetirlo cuantas veces sea necesario, pero de ese texto surgido de lo que ahora ha sido dado en denominar, con aviesas intenciones, «régimen del 78» nace la etapa más larga de prosperidad, justicia y valores democráticos que ha conocido este país. Es, de hecho, la excepción que confirma una regla de despropósitos, cainismo y mediocridad a diestra y siniestra. Esta anomalía de nuestra historia es fruto del pacto y la concordia entre muchos hombres y mujeres de muy variado signo ideológico, es cierto, pero no podemos tampoco orillar el papel fundamental que jugó el PSOE como impulsor del progreso, la equidad social y la modernización de unas estructuras que olían a rancio y a cerrado, muchas veces incluso a despecho de sus bases más utópicas y cerriles.

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Hoy nos dedican calificativos de lo más variopintos por decir, con Ortega, aquello de «no era esto», pero los que seguimos considerándonos socialdemócratas, a fuer de liberales, (Prieto dixit) no somos capaces de imaginar un país sin el contrapeso de un PSOE ilustrado, gubernamental y, como su propio nombre indica, español, ese yuyu de chorlitos. No quedan lejanas las experiencias italiana o francesa, naciones tanto o más progresistas que la nuestra, donde hace ya mucho que el último socialista tuvo que apagar la luz al desaparecer del espacio político. Visto lo visto, quizás sea el PSOE demasiado importante como para dejarlo únicamente en manos de socialistas. Al menos, de estos socialistas.

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