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Está el ambiente inundado de olor a chamusquina, y vibran con su aroma las redacciones periodísticas como le ocurría al coronel Kilgore con el pestazo a napalm por las mañanas. Basta aguzar los sentidos para que resulte ensordecedor el rumor de la carcoma de corruptelas, ... imputaciones y el sálvese-quien-pueda que perfora un día tras otro los cimientos del Gobierno. Y esto a quienes somos de natural lírico, a los que la piqueta y el bulldozer nos espantan, nos sume en la melancolía aparejada al eterno retorno. Pertenece a Marx la máxima según la cual la Historia se repite, primero como tragedia, y luego como farsa, pero el marxismo patrio le debe más a Groucho que al autor de 'El 18 de brumario',y por lo tanto nosotros vamos de esperpento en esperpento. Nada hay nuevo bajo el sol que nos calcina: el amenaza ruina del Gobierno Sánchez constituye el remake bajo en calorías de los últimos años de felipismo. Corría el año 95, ¿se acuerdan? Habitábamos en un mayoritario socialismo sociológico, más debido a la ley pendular de la normalización política que al influjo de la ideología, ese duro a cuatro pesetas. Los más jóvenes veníamos ahormados por un nebuloso izquierdismo, y todavía faltaban años para que irrumpiese la loca idea de que era factible ser guay, rebelde y de derechas. Cual cenutrios, nos hacía tilín la Kaleborroka y no vimos llegar a la Cayeborroka. El Ábalos actual está en primero de crápula en comparación con Roldán. Los tejemanejes de Alvarone, el fiscal la-voz-de-su-amo, son los mundos de Yupi si pensamos en Vera, Barrionuevo, o el Mordor de Intxaurrondo. A España, efectivamente, ya no la conocía ni la madre que la parió, como había vaticinado Guerra, pero nos dolían más el reciente suicidio de Kurt Cobain o los líos de los polloperas de Melrose Place. El colapso del PSOE era inminente y nosotros con esa pinta de leñadores depresivos, rebuscando chaquetas en el armario de nuestros abuelos, descubriendo las pirulas y el trance, viajando a Benicassim donde unos tipos lánguidos se hacían llamar indies. Todavía creíamos en un mundo sólido bajo los pies: Induráin ganaba el quinto Tour, y en las verbenas de verano un pueblo unido ejecutaba la coreografía de La Macarena al unísono. Con el 'fistro' de Chiquito competía el «váyase, seor González» de aquel Aznar que nos parecía tan poquita cosa y al final resultó otro pecador de la pradera. Se fueron unos y llegaron otros que a la postre también se marcharon, como también nosotros nos iremos y no volveremos más, según dice el villancico en Nochebuena, que mira que hay que estar ciego de anís y turrón para no tomárselo a la tremenda. Caerá este Gobierno, qué remedio, y contra el PP vivirán mejor aquellos partidarios de que la calle esté más animada. Hay expertos, posiblemente en fríos laboratorios escandinavos, que a esta alternancia de partidos le llaman democracia. Aquí somos más de ir siempre detrás de una figura providencial, primero para seguirla ciegamente, y después, para correrla a garrotazos. Nos repetimos más que el ajo, para disgusto de la remilgada pituitaria de la Beckham.
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