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A este valle de lágrimas llegamos marcados por el sino fatal de exigencias tiránicas. La más conocida es aquel grosero axioma bíblico según el cual debemos ganarnos el pan con el sudor de la frente, así, en crudo, como sometidos siervos de la gleba sin ... derecho a la holgazanería o a unos parvos ahorrillos a plazo fijo. Y otra, aun más apremiante si cabe, es esa que a lo fino llamaríamos la urgente llamada de la carne, nombrada en chiquitistaní como la caidita de Roma, o que también es conocida entre lo más preclaro de la chavalada actual como «hacer el delicioso», genial denominación que solo con enunciarla ya nos hace la boca agua. En este cumplimiento de las leyes de la especie mi generación conoció más sombras que luces, sobre todo porque los cortejos tenían lugar a altas horas de la noche en antros cavernarios, con un candor torpe y tímido que no arreglaba precisamente el exceso de cubalibre y psicotrópicos. Mucho tirar de pico y pala y muchos Malibúpiña pagados en las barras del Área-7 o del Yoque, legendarios reinos olvidados de nuestra cartografía sentimental. Se rumoreaba que en misteriosos paraísos meridionales el amor flotaba en el aire sin tanta traba ni trabajo, que uno llegaba y besaba el santo, o a la santa, sin necesidad de nuestras instancias por triplicado. Pero de la verdad de la vida uno siempre se entera tarde, mal y, sobre todo, cuando ya ha cambiado de preguntas. Con todo esto quiero decir que no somos nadie para juzgar los usos amorosos de la muchachada contemporánea.
Por aquello del eterno retorno, resulta que la chavalería ha redescubierto los encantos del ligoteo con congéneres de carne y hueso. Sin Tinder, sin intermediación de esas redes y pantallas que iban a transmutarlos en seres miríficos. Lo que viene a continuación es una información de servicio público, que sé que la cosa anda muy malita: basta acudir a un Mercadona, en horario de siete a ocho, introducir una piña boca abajo en el carrito y lanzarse a hacer match en la sección de vinos. En un súper de Bilbao tuvo que acudir la Ertzaintza a disolver la aglomeración, pero a quién le extraña. Mucho milenarismo identitario y mucho Rh negativo, pero de las cosas del comer siempre han andado ayunos. Con este fenómeno sospechamos de alguna nueva hábil jugarreta del avieso Roig. No contento con practicar el capitalismo despiadado, ahora alienta la psicalipsis entre las nuevas generaciones, como si quisiera retrotraernos a los tiempos siniestros en los que éramos esclavos de las retrógradas fuerzas de la biología. Aunque quizás el Ministerio competente presente batalla y se disponga a topar el número de caiditas por habitante y año. Estudios recientes lo cifran en un promedio de 81,98 en La Rioja. Andamos a la cola de España y quizás es que no hay suficientes Mercadonas en la Comunidad. Decididamente la clase media se aboca a la mediocridad, y ya solo podemos aspirar a amores de marca blanca.
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