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Cuando aprobé las oposiciones en Canarias pensé que en un par de cursos estaba de vuelta. Acabé quedándome más de una década y dejé allí ... amigos para toda la vida como Francisco Ventura. Fran enseña Matemáticas en Valleseco, un pequeño municipio de la cumbre de Gran Canaria, y a las dificultades propias de su materia, ese coco, se le han sumado en el último año nuevos retos. Esos retos se llaman Abdú, Sadio, Soumaro o Aminata, y llegan desde Senegal, Mali o Costa de Marfil sin haber pisado nunca una escuela. Con Fran aprenden las cuatro reglas de la artitmética, pero no sé a quién le tocará la ingrata tarea de mostrarles un simple atlas de geografía: salieron de sus casas con mil euros y Francia como destino final, con la esperanza de encontrar a unos familiares que no siempre habrán sobrevivido a las penurias del trayecto, y unas islas en mitad del Atlántico se parecen bastante a los muros que desde siempre cercan sus sueños. El instituto de Valleseco ahora mismo acoge a veintidós de estos menores, aunque el goteo de llegadas es constante. No es un dígito, son Mamadou, o Salen o Binata. Debajo de las sumas hay un río de sangre tierna, supo ver Lorca. Veintidós en un pueblo que no llega a los cuatro mil habitantes (veintisiete es la cifra que le corresponde a Cataluña en el reparto pactado entre el PSOE y Junts). Treinta más, con edades entre los tres y once, están acogidos en Artenara, a media hora de distancia por una carretera que discurre a través de barrancos vertiginosos. A más de mil metros de altitud, Artenara es el lugar que yo elegiría si cediera a mi vocación de eremita. Tempestad petrificada, le llamó Unamuno a su paisaje sobrecogedor cuando pasó por aquel remoto caserío, y de piedra se les debió quedar la sonrisa a Adama o Seydoo cuando les soltaron en ese silencio mineral. Pero volvamos a Aminata. A Aminata le calcularon diez años cuando llegó a Valleseco y la matricularon en 5º de Primaria. Una niña que aparenta diez años sale de Dakar, llega a Nuadibú, en Mauritania, nueve días de viaje a pie, se embarca en un frágil cayuco gobernado por traficantes y sobrevive a una travesía marítima de setecientos kilómetros. En un reciente examen forense se ha detectado que Aminata en realidad tiene catorce. Me pregunto si muchos de nuestros representantes políticos sabrán en qué consiste un examen forense, aunque me contentaría con que simplemente les realizaran una medición craneal. Aminata ya ha llegado a ese primer mundo en el que con la inocencia se acuñan monedas de cambio. Gracias a Fran, gracias a todos aquellos que distinguen la ideología de la dignidad humana como a las churras de las merinas, Aminata empieza a tener un futuro, aunque sea incierto, pues no sabemos si en la lotería de los cuatro mil menores adjudicados a las comunidades le tocará irse con la guagua a otra parte. No son la patria amenazada, no son cheques en blanco para perpetuarse en el poder. Y ahora habrá quien tenga los huevos cuadrados de resumir todo esto como buenismo y demagogia. Qué clase de miserables ven en Aminata un objeto de rentabilidad política.
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