Por fin vuelve la competición oficial tras un verano de amistosos insufribles que deberían estar prohibidos; obligan a los chavales a salir al campo a jugar a algo que se parece lejanamente al fútbol pero que carece de la materia prima esencial de ese deporte ... de locos. Los partidos de verano no son la sombra de lo que eran. Cuando murió la Españita del pelotazo enterramos con ella la fanfarria del Teresa Herrera, del Carranza o del Trofeo Naranja. Eran torneos que brillaban en las televisiones privadas con el resplandor feliz de una caseta de feria regida por Berlusconi, qué tiempos. Este año el Barcelona ganó al Madrid en el estadio de fútbol americano de Las Vegas y los culés lo celebraron como si fuera la Champions de Wembley; la ciudad de los casinos siempre produce hermosos espejismos de felicidad. Hay ganas de fútbol auténtico porque encima este verano de Copa del Mundo no hemos podido ver un Japón-Costa Rica a la hora de la siesta. Como esta edición se va a jugar en Catar han movido el mundial hasta noviembre en un gesto primoroso de lo que es hoy la FIFA: una organización al servicio de los petrodólares árabes. Habrá Champions, Mundial y aquí pitará enseguida el árbitro para que regrese la gresca capitalina entre aficiones.
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