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La renuncia a portar brazaletes arcoíris por parte de las siete selecciones que habían anunciado ese propósito durante el Mundial de fútbol para expresar así su solidaridad con el colectivo LGTBI, perseguido en Qatar, muestra las prioridades que mueven el negocio del fútbol. La FIFA ... ha evidenciado hasta qué punto está plegada a la estrategia de blanqueamiento de un régimen autocrático que vulnera derechos humanos básicos al anunciar, en una interpretación estricta del reglamento, que los capitanes de los equipos que lleven el distintivo serán sancionados con tarjeta amarilla. Una amenaza que ha bastado para que las federaciones afectadas frenaran sus ímpetus reivindicativos: han antepuesto reducir el riesgo a quedarse sin alguno de sus futbolistas que empezarían los partidos amonestados a la denuncia de la violación de las libertades de homosexuales, mujeres y trabajadores inmigrantes en el emirato. Inglaterra, Alemania, Gales, Países Bajos, Dinamarca, Bélgica y Suiza han descrito con precisión sus límites: están dispuestos a asumir una multa económica, pero no un castigo deportivo. Una victoria de Qatar y de una FIFA que debiera mirarse al espejo antes de denunciar hipocresías ajenas.
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