Botellín, botellón

Solo hay algo peor que no intentar solventar un problema: minimizarlo, cuando no ignorarlo directamente. La realidad del botellón cada fin de semana a lo largo del parque del Ebro –y en tantos otras enclaves por toda La Rioja– no es opinable. Basta darse un ... garbeo por los aledaños del río durante las madrugadas de fiesta para constatarlo. Una coyuntura que no es nueva ni mucho menos, pero que las limitaciones del ocio nocturno y la alarmante propagación de los contagios entre la población adolescente ha inflamado. Para el alcalde de Logroño, la cosa no es para tanto. Algo puntual, ha declarado. Todos hemos sido jóvenes, y sin verbenas de pueblos qué otra queda que reunirse con los colegas a la fresca para libar y comentar la jugada. Además, la escena se replica en toda España y por lo visto eso diluye la gravedad. La delegada del Gobierno tampoco cree que hay que ir más allá. Todo está en orden. La Policía Local da la razón a las autoridades: la mayoría de chavales que se congrega junto al Ebro no lleva bebidas. No seré yo quien les contradiga. Solo puedo aportar que la última vez que me tocó escribir sobre el asunto y me llegué hasta la zona cero del botellón, las cuadrillas iban pertrechadas de tintineantes bolsas de supermercado en las que juraría que no portaban libros de álgebra. Tampoco me atrevo a aportar una solución. Ni caer en la tentación de afilar la demagogia sobre un problema complejísimo que excede la mera prohibición, aunque quizá sería un buen comienzo no alentar las concentraciones lanzando mensajes de normalización y desdén que no benefician en nada ni a nadie.