Fue un año terriblemente duro. Le destinaron en misión humanitaria a Haití como parte del contingente internacional que debía garantizar el reparto de las ayudas y contribuir en las labores de reconstrucción de un país devastado por un brutal terremoto. Allí vio muerte y miseria: ... no solo mísera pobreza, también míseras personas.

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Comenzaba 2010 y su incipiente familia anunciaba frutos. Sin embargo, un nuevo destino le esperaba. Afganistán. Allí debía desempeñar labores de formación, adiestramiento e instrucción de la policía afgana, siempre con el aliento de los talibanes en la nuca. Todo, en un intento de colaborar para que el país tomara un camino, difícil camino, que dibujara un futuro en el que se pudiera vivir sin un régimen extremista.

Supongo que en las últimas semanas ha reeditado en su memoria aquel 2010 en Haití y Afganistán. Seguro que las imágenes de gente sepultada en el país caribeño o cayendo de un avión en una evacuación o de padres intentando entregar a sus hijos a las tropas internacionales le han desgarrado.

En los últimos días tiene el móvil apagado o fuera de cobertura. Y yo no sé si es porque decididamente ya ha abominado de esta madre Tierra que de vez en cuando se ensaña y sacude sin piedad a ciertos países o porque ha cundido en él la desolación y la decepción de ver cómo queda y lo que queda de algo por lo que él se jugó la vida.

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O quizá, y más probablemente, no esté para atender el móvil. Seguro que se ha puesto las botas y ha cogido el petate para regresar a Haití o Afganistán. Por si puede echar una mano mientras los demás vemos el telediario.

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