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La revelación de fiestas semanales con alcohol en el 10 de Downing Street, cuando el Reino Unido se encontraba sujeto a las medidas más estrictas que el Gobierno de Boris Johnson ha aplicado frente a la pandemia ha restado tanta credibilidad al actual primer ministro ... que se enfrenta a una creciente contestación en las propias filas conservadoras. Tres hechos dan cuenta de la envergadura de la crisis entre los 'tories'. Por un lado, la presunción de que tan escandalosas noticias tendrían que ver con la revancha del asesor que contribuyó decisivamente al triunfo del Brexit y del propio Johnson, Dominic Cummings. Por otro, la intervención en la Cámara de los Comunes de David Davis, secretario de Estado para la Salida de la UE entre 2016 y 2018, en la que proclamó un histórico «en el nombre de Dios, váyase». Por último, la denuncia del presidente conservador del Comité Constitucional de Westminster, William Wragg, aconsejando a los parlamentarios de su grupo que se hayan visto coaccionados para defender a Johnson a poner el caso en manos de la Policía.
Por encima del reproche moral y político que le dirigen algunos de sus correligionarios pesa el debilitamiento demoscópico del particular carisma del actual 'premier' cuando los laboristas cogen ventaja en las encuestas. El enroque de Johnson, sacudiéndose responsabilidades sobre lo ocurrido en sus dependencias oficiales con su participación y conocimiento, resulta aún más irritante. La relajación en las medidas frente al covid anunciadas ayer contra el parecer científico y sanitario, cuando la curva de infecciones no alcanza todavía su pico en el Reino Unido, caricaturiza en el populismo la sensación ciudadana de que la política partidaria prevalece sobre el criterio de los expertos como vía de escape de la estupidez.
Puede que la personalidad a prueba de todo de Johnson se imponga entre los conservadores. Pero, aun en ese caso, su autoridad saldría tan resentida dentro de su partido –especialmente, entre los ingleses y ante la opinión pública de las demás democracias– que no podría superar un próximo contratiempo. El primer ministro está en manos de los parlamentarios de su partido, que aspiran a mantener su respectivo escaño en los próximos comicios, un objetivo más difícil cada día que se extiende el escándalo. La situación invita a todos los británicos a mirar atrás y recordar las actitudes irresponsables y de los discursos falaces que concurrieron en el camino de su salida de la UE.
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