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Este martes, Pepe se compró en Logroño una boina, Pepe Viyuela, en lo de Dulín. Y luego ya no la soltó. Ni la soltará. Era para él, pero realmente era para su abuelo, o por su abuelo, o sea: como la boina de su abuelo, ... Gervasio, al que Pepe ha dedicado años y kilómetros rastreando la odisea y la penuria que lo condujeron al campo de refugiados de Gurs, Francia, al 'final' de la Guerra Civil, en 1939, como a otros miles de españoles, a los 'Campos', como los llamara Max Aub, el 'Campo Francés', en concreto. Pepe se caló esta semana la boina en su honor, y ya no la va a soltar. Estos días, o la llevaba puesta, incluso en cerrado, o sencillamente la llevaba sujeta con las dos manos, dándole vueltas como a un volante, en la calle y hasta en el escenario del Teatro Bretón, cuando presentó el jueves por la noche su documental, dirigido por Luis Cintora, 'Un viaje hacia nosotros' (y hacia su abuelo, y hacia los que, en cualquier tiempo, buscan cobijo y asilo, arriesgando la vida –cuando no dejándosela– en mares, desiertos y montañas, huyendo de la catástrofe doméstica; todos somos refugiados en potencia, por eso). Un volante con forma de boina, de primera calidad, que no dejaba de llevarle hacia su abuelo, a su cabeza. Eso: Pepe sentía estar mucho más cerca de su abuelo Gervasio con una boina pegada a su cuerpo. El hacerla girar no era un simple movimiento mecánico o nervioso sino puro discurso. La boina, al girar, se convertía en un motor de memoria, en un órgano vital, y en un vehículo. La boina los reunía a los dos bajo el mismo techo, además de bajo el mismo documental. Junto a otros Gervasios de ahora mismo: sirios, argelinos o nigerianos, arrojados a nuestras playas.
Cuando el jueves salió con la flamante boina al escenario era como si hubiera salido con el mismísimo Gervasio, hecho un símbolo-boina. La buena sombrerería tiene esto: que da la medida de las ideas, del mundo tal y como se piensa en su contorno; que es una horma del entendimiento y de la emoción. Y una plaza. Y va transformándose según el momento y las circunstancias. En el documental, por ejemplo, Pepe va con gorra, con su gorra de siempre. La de caminar, la de cómico de siete leguas. Exceptuando cuando, en los campamentos del Sáhara Occidental– el otro hemisferio de estos Campos–, la sustituye por un sombrero de cómico de cine mudo, un sombrero algo astroso y plegable, curtido en múltiples tablados y pistas, del Price a Tinduf. Lo principal es tener algo en la cabeza, que contar. No hace mucho, incluso en pandemia dura, Pepe hacía el Estragón del 'Godot' con un sombrero de bombín, tipo charlot. Estragón también podría haber viajado al Sahara. De hecho, puede decirse que ya lo hizo en la persona de Pepe. Bueno, pues en el Godot todos se miran en el interior de sus respectivos sombreros, que son de hongo, bombín o copa, según sastrería. Porque en su copa está su entraña. Vladimir y Pozzo le roban el sombrero a Lucky, lo pisan y exclaman: «¡Así ya no pensará!». Y hay un momento en el acto segundo en que todos intercambian sus sombreros, y al hacerlo todos son por un momento el otro. Vladimir se queja de que su sombrero le araña. Los sombreros están vivos, y las boinas, sobre todo la boina que se compró el otro día aquí Pepe, de un diámetro planetario: el misma que la figura de su abuelo Gervasio, que también vale por un país y las historias que lo cuentan. Pepe, como además de nieto es poeta, conoce el alcance metafórico de la boina que ha adquirido. En un momento del documental, uno de los entrevistados, un historiador del periodo, le cuenta que en las montañas fronterizas con Francia, las que atravesaban cargados con tanta dificultad como dolor los transterrados republicanos, se encontraban objetos que habían tenido que dejar, por el peso y la fatiga: muebles, enseres, en fin, de todo. Hasta un piano. Contaba que en la loma de una montaña había aparecido un piano de cola, abandonado en la diáspora. El caso de la boina de Gervasio, que es una boina como un piano.
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