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Entre todos la mataron y ella sola se murió. Nuestro refranero es rico y arroja experiencia en retratarnos, así que no hay que irse muy lejos para resumir el momento actual. En este desastre, que aboca al país a unas nuevas elecciones, buscar un único ... culpable a quien cargarle la culpa es tarea vana. Todos han contribuido a quemar en la hoguera de sus vanidades nuestras esperanzas. La decepción es superlativa y el cabreo crece exponencialmente cuantas más declaraciones escuchamos culpándose mutuamente. Estamos cansados de frases, supuestamente ingeniosas, que cada vez tienen menos gracia porque carecen de argumentos con un mínimo de solidez. Los españoles no estamos en el parvulario aunque ellos nos traten como a niños chicos. Algunos no han advertido todavía que quienes no han llegado a la adolescencia política son ellos que se creen tan sabios, tan estadistas y tan salvadores de la patria que han terminado por tropezar en su infinita mediocridad.
Contemplando la situación actual no puedo evitar echar la vista hacia nuestro pasado más reciente. Me pregunto qué hubiera ocurrido en la Transición democrática si nuestros líderes políticos hubieran sido los actuales. Menos mal que el pasado ya está escrito, porque aun estaríamos gritando y sin escucharnos unos a otros. No es nostalgia. Hoy España está mejor que entonces, pero se echa en falta, ya no diré sentido de Estado, que escasea, sino un poco de responsabilidad. No se puede jugar con lo importante solo porque algunos crean ser más importantes de lo que son.
Quienes tanto han subestimado ese periodo de nuestra historia hasta hacernos creer que no mereció la pena debieran leerse con detalle las actas del Congreso de los Diputados. Aprenderían cómo fuerzas políticas tan antagónicas, tras una Guerra Civil y una prolongada dictadura, fueron capaces de acordar una Constitución que todavía sigue siendo el punto de encuentro básico de todos los españoles, aunque precise reformas. No es añoranza del pasado sino deseos de que en la actual coyuntura política y económica, interna y externa, tan complicada lo primero sea el interés general del país y el último lugar lo ocupen la soberbia y la vanidad de nuestros líderes.
No va a ser fácil restaurar la confianza de los electores. El vaso se ha derramado y el agua no va a ser recogida en su totalidad. El cuerpo electoral es el agua que puede perder en la abstención un nutrido porcentaje de votos de la ciudadanía. Ni el agua ni la alegría al ir a votar van a llenar el vaso de la participación.
Si en las siete semanas que restan hasta la convocatoria electoral los partidos y sus líderes se dedican a insultarse, a echarse las culpas, al «y tú más» y a las simplezas a que acostumbran, la abstención, el hartazgo y la mala leche acumulada tendrán consecuencias. Las encuestas dirán lo que quieran pero creo que la incertidumbre es mayor que la certeza. En este momento todo es volátil e imprevisible. No sé si todo esto es el resultado de la nueva política pero lo cierto es que cada vez votamos más y más enfadados. Hay que confesar, que todo no han de ser pegas, que antes todo era muy aburrido mientras que ahora todo es desconcertante. Ironías de la vida. Ahora el resultado electoral es imprevisible porque cuando votamos nunca sabemos si al final habrá gobierno. Lo único que está asegurado son los insultos, las zancadillas y las bofetadas a diestro y siniestro. De momento el primer guantazo lo hemos recibido los votantes que el pasado 28 de abril, creyendo que nuestro voto sería escuchado, acudimos a las urnas vestidos de domingo y de ilusión.
Cuando todavía nos duele la mejilla por el bofetón comienza la campaña electoral. Espero que en vez de culpar al de enfrente del sopapo que entre todos nos han propinado se tomen unos vasitos de humildad y empiecen a contarnos qué planes tienen para este país y para aquellos que lo habitamos. No olviden que estamos hartos.
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