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Entramos en un septiembre en el que la pandemia lo ha cambiado todo. Se nota que nos adentramos en un período que nos agradaría que «todavía puede hacerme sentir así» como canta Neil Diamond en «September morn», anunciando el retorno a la rutina otoñal tras ... el verano. Pero todo apunta que no va a poder ser así, la incertidumbre es ahora la única certeza: no sabemos cómo se iniciará el curso académico y sus consecuencias, si habrá nuevo confinamiento aunque diferenciado como apuntan algunos estadistas, si el sistema de salud y sus agotados profesionales soportará una posible escalada virulenta del COVID-19, si acabaremos todos infectados y cuándo y con qué efectividad llegará alguna de las vacunas que están en prueba como la de Janssen en España, la de Oxford u otras en curso, hasta dónde llegará la patente crisis económica, no sabemos cómo el mundo deportivo reiniciará sus torneos tradicionales ni tampoco, aunque afortunadamente siempre nos queden los libros, cómo será la continuidad del mundo de la cultura con sus previsiones.
Septiembre era época de consultar la programación cultural, de reactivar la visita a museos, exposiciones, salas de cine o espectáculos. Este septiembre es atípico también en esto. Los estragos de la crisis sanitaria son visibles: los espectáculos en vivo (teatro, circo, festivales, conciertos, etc.), los museos, galerías de arte y artes plásticas han sufrido un importante receso respecto a 2019; por ejemplo, en la reapertura de cines, museos y exposiciones las cifras han caído en Francia hasta el 74% durante julio, dando una medida de la dificultad de la reconquista cultural. Lo más desmoralizante es la incertidumbre ante el riesgo epidémico que se suma a ese receso soportado de espectáculos cancelados o bajo mínimos; ¿cuál puede ser el devenir de una programación, de planificar la gira de artistas o funciones, poder contar con actuaciones internacionales, etc.?; todo puede cambiar de la noche a la mañana. Esta crisis va más allá del retroceso de la frecuentación de espectadores, ante el que algunos prueban alternativas combinadas presencial/'on line' como el Festival Internacional del Castell de Peralada, el equilibrio del sector está fragilizado a consecuencia del inédito paréntesis y del visionado cultural masivo sobre el televisor o el ordenador.
La cultura es necesaria. Es una fuente de riqueza e ingresos que expresa y cultiva el alma y personalidad de una sociedad; ha sido clave para el bienestar moral durante esta pandemia. Ayudémosla.
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