Cataluña sigue inmersa en la provisionalidad 50 días después de las elecciones autonómicas. Las abiertas discrepancias entre ERC y Junts han bloqueado hasta ahora la investidura de Pere Aragonès y, por tanto, la formación de un nuevo Gobierno, mientras corre la cuenta atrás para repetir los comicios en dos meses si en ese plazo no ha sido proclamado un presidente de la Generalitat. La humillación a la que los posconvergentes del prófugo Carles Puigdemont han sometido al candidato de Esquerra al tumbar su nombramiento en dos ocasiones por resistirse a una tutela del 'procès' desde Waterloo va más allá de un ajuste de cuentas en el independentismo: demuestra las tensiones internas a las que, en caso de prosperar, se enfrentará una eventual coalición entre ambos partidos. La misma que colapsó la pasada legislatura por las permanentes colisiones entre sus socios, empeñados ahora en reincidir en el error de anteponer las ensoñaciones rupturistas –que solo generan división y conducen al abismo– a la lucha contra la pandemia, la crisis económica y los problemas del día a día de los ciudadanos.

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Por mucho que el secesionismo presuma de la raquítica mayoría de votos que obtuvo el 14-F, que en modo alguno le habilita para dinamitar el actual marco de convivencia, su empecinamiento en crear un frente común no puede ocultar los contrapuestos criterios en su seno sobre la hoja de ruta hacia la independencia. Está fuera de lugar la pretensión de Puigdemont de definirla y gestionarla a través de órganos carentes de legitimidad institucional y de arrogarse competencias que nadie le ha reconocido. Tal exigencia y la de actuar en común en el Congreso y el Senado, donde ERC es uno de los habituales apoyos de Pedro Sánchez, revela el intento de Junts de condicionar la legislatura, pese a ser la tercera fuerza del Parlamento, con una apuesta ciega por la confrontación con el Estado que no conduce a ninguna parte.

Es probable que, pese a todo, ambas formaciones alcancen un acuerdo, del que nada bueno cabe esperar. Cataluña necesita un Gobierno que atienda sus auténticas prioridades y no desprecie a la mitad de la población que vota a partidos no independentistas. Es preciso superar la dinámica de bloques. Si Esquerra es tan pragmática como pregona, no puede descartar sin más alianzas transversales con el PSC –la fuerza más apoyada el 14-F– y En Común Podem, en lugar de fiar su futuro a los intereses de Puigdemont.

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