No sé si estoy embarazada o artrítica. O ambas cosas: esta semana, mientras un titular decía que iba a comenzar la vacunación de los ancianos entre cincuenta y cincuenta y nueve años, otro afirmaba que empezarían por inmunizar a las embarazadas de ese mismo rango ... de edad. Vaya. Ya no es que la abuela fume, es que, a la que se descuide, se preña.

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Por lo visto y lo leído, se puede ser una cosa y su contraria: estos dos titulares resumen la bipolaridad de los cincuentones, la que te hace irte de festival un fin de semana y te recluye en un balneario al siguiente. «Por dentro cheerleader y por fuera Matusalén / contradictoria como una rumana parisién», que cantaba Ojete Calor. La cosa da para choteo, claro, pero no es fácil gestionar lo que llevamos a cuestas. Lo de acostumbrarnos a este cuerpo que es nuevo porque empieza a ser viejo. Lo de seguir encalándonos la fachada mientras las vigas comienzan a crujir. Lo de intentar disimular el culo caído, los mil dolores pequeños, las canas insolentes. Lo de exorcizar los demonios cambiando de coche, de casa, de pareja. Lo de agarrarnos con uñas y dientes enfundados en porcelana a la juventud que se va. Lo de luchar contra esta decadencia que ya asoma las orejas. Lo de sentir (aún, todavía) los caballos galopando dentro. Lo de querer jugar el partido hasta el último minuto. Incluso la prórroga: entre los tipos que aparecían en las imágenes de las juergas callejeras que hemos visto durante estos primeros días sin toque de queda, más de uno tenía pinta de haber escuchado a Marujita Díaz en directo. Y cantando 'Banderita'. Por mucho que se disfracen de veinteañeros, a mí no me engañan. Porque yo tengo su misma edad. Qué edad más tonta, por cierto.

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