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1
Creo (porque tengo que frotarme ojos y oídos) que en la televisión estoy viendo un anuncio de un coche de alta gama, cuyo audio recoge ... frases, en la propia voz de Charles Chaplin –me parece reconocer– y subtituladas en español, del discurso final de El gran dictador. En concreto las del aumento de la velocidad en nuestras vidas y del encierro del ser humano en la aceleración. Las palabras en las que se lamenta de la imperante escasez de sentimiento y del auge del maquinismo, en detrimento de la humanidad. Y así, aquel alegato desesperado del barbero judío disfrazado del dictador Hinkel, a tumba abierta (pues la tribuna desde la que habla será su patíbulo cuando acabe la película), abogando por lo humano frente a la máquina, la velocidad (y el nazismo) sirve ahora mismo –vaciado de contexto y drama– de discurso para vender una máquina veloz. No sé cómo no se le ocurrió la idea a Elon Musk para vender los Teslas. E imagino al personaje de Tiempos modernos apretando tuercas en la cadena de montaje de un coche lujoso, con piezas del taller global. El barbero también advertía en su testamento que los dictadores se dan libertad a sí mismos pero esclavizan al pueblo. A toda máquina, cabe añadir.
2
Trump cree que los americanos, en los últimos tiempos, se venían duchando pobremente, sin conseguir satisfacción completa, con escasa presión en la alcachofa. Ahora, decidido a meter presión a cualquier conducto hasta infartarlo, va a aumentar el chorro de la ducha, haciéndola también «más grande, de nuevo», para que América recupere la experiencia inmersiva y masajeante, como de placer de anuncio de gel, que les recortó el inmediato pasado demócrata, tan poco aseado y aburrido. Esto me suena a una entrega de lo que Hitchcock denominaba –a propósito de Psicosis, claro, y de su asunto– el «gótico californiano»; es decir: el siniestro bajo la forma americana de vida, el sótano de la barbacoa. O el terror avecindado en el ático. O en el baño. No en vano, en la película una escena de ducha que se prometía reparadora y sexy, se convertía en una inyección de psicosis. La secuencia se abría con un plano del agua cayendo con fuerza primero sobre el espectador y luego sobre Marion Crane. Una lluvia de presión deseada y saciante, a la americana, la de la expresión «llueve como en América». Pero luego, una sombra tras la cortina cortaba el rollo. Lo cortaba todo. Y el sueño de la ducha, junto a otros sueños, se iba por un desagüe que era como un ojo surrealista y vertiginoso, de entre los muertos.
3
Según Plinio el Viejo, la silueta de un muchacho corintio que antes de partir para la guerra y a una muerte quizás segura fue contorneada por su amante sobre un muro, con un tizón o una piedra, para conservarlo siempre representado. La pintura sumaba el contorno y la sombra que lo llenaba. Andrés Rábago García, alias El Roto, realiza cada día en El País una viñeta en la que perfila a punzón el aspecto que adopta la realidad en su perfil más ácido e incluye en su centro las figuras de la fábula negra. La Academia de Bellas Artes de San Fernando acaba de denegarle por votación el ingreso alegando no ser 'pintura', cuando lo que se sospecha es que hay una reacción frente a la carga de profundidad que contienen las sombras de su trazado: la idea, la máxima, la mayor. A Rábago le debiera enorgullecer que si hoy Goya pidiera el ingreso en la Academia intentando acreditarse con sus pinturas negras, o Gutiérrez Solana con las suyas, igual no pasarían de la puerta. Ni la doncella de Corinto con la silueta de su amante. El Roto, por cierto, tendría en el bólido y en la ducha motivo para dos jugosas viñetas, de trazo cortante, para comentar el cinismo y el sumidero en que se halla la historieta de los tiempos modernos.
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