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Esta semana he leído en la prensa que una universidad española ha desarrollado un –así apodado– 'robot conversacional' para detectar, mediante IA, la desinformación, los mensajes tóxicos y las creencias pufosas. Yo, urgido, me he apresurado 'on line' a comprarme un ejemplar. Me llegó hace ... un par de días. Y cuando lo extraje del estuchado poliespán de la caja tampoco me lo podía creer. Venía desactivado, así que lo dejé cargando por la noche enchufado a la red, como el aspirador, o la roomba, a la que el robot miraría –más tarde, al despertar– con cierto recelo a la vez que fraternidad. Y cuando me levanté por la mañana ya se había puesto las pilas –no como yo, que salgo en mínimos, indefenso ante el orden real o irreal de las cosas– y ya estaba operativo al cien por cien. Y me esperaba ansioso. Entonces: percibo que arde en deseos de detectar el campo de minas de falsedades que habríamos de atravesar. Compruebo que las olfatea, como un cíber trufero. Y entonces, nos aplicamos a hacer una revista de prensa y redes en la tablet.

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