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Hay una pantera que comenzó a poner perdida de rosa nuestra vida hace sesenta años. Una especie de Pantera Pantone. Existe, de hecho, un color Rosa Pantone, gama de la que el rosa de esta pantera viene a ser un degradado claro. Si no hubiera ... existido un 'rosa pantera', digamos, Pantone hubiera tenido que inventarlo para este grafismo felino. Y haberle echado por encima un cubo de pintura de ese color. Porque la Pantera Rosa es una quimera cromática, que sólo existe por el color que le da forma. Es como el hombre invisible, que sólo ves su volumen cuando le cae un cubo de pintura, o un manto de nieve, o una tormenta de barro, y entonces aparece el troquel. La Pantera Rosa no tiene un color: es color, en movimiento. Rosa cinético. Rosa en general. Todos los episodios de la serie de televisión llevaban en su título el adjetivo rosa, desde 'Hielo rosa' hasta 'Miedo rosa' pasando por 'Suerte rosa' o 'Impuestos rosa'. Todo era –aparentemente– de color de rosa en unos episodios, en cambio, llenos de ironía, accidentes, antagonistas, tramposos, absurdos y esa violencia caricaturesca de la comedia mecánica del cine mudo y... gris. Porque tu coges, por ejemplo, a Charlot, lo embadurnas de rosa y te sale la Pantera Rosa. Y como Charlot, la Pantera Rosa es una forma de andar por la vida y de pensar la vida. Una forma contagiosa que todos, por cierto, hemos intentado imitar muchas veces. Quién no ha intentado alguna dar unos pasos a la manera de Charlot (el propio Chaplin, incluso, lo intentaba fuera de las películas), mientras hacemos girar con la mano derecha un bastón inexistente (que ésa es otra: ¿cuántas cosas giran o creemos hacer girar cuando Charlot o nosotros, imitadores, volteamos ese complemento?). El mundo de Charlot empezaba por la mecánica de sus pasos. Las cosas que le sucedían tenían mucho que ver con su forma de andar y con la carrocería de sus zapatones. E igualmente, su andar provocaba, orgánicamente, una óptica y una estrategia de abordar el mundo. De pensarlo, en definitiva. Pues la Pantera Rosa lo mismo. No sólo es una máquina de gags, de golpes: es una inteligencia (algún capítulo hubiera merecido titularse 'Inteligencia rosa') y de una precisión acompasada por un caminar singular, suyo, que –por si no fuera suficientemente pautado– va a partitura. Un leit-motiv musical como no hay dos y que todos llevamos incorporados de serie, y que hace que en cualquier momento podamos ponernos a andar con los compases de Henry Mancini y automáticamente seamos la Pantera Rosa que llevamos dentro; sólo con tararear el «tema de la Pantera Rosa», porque el personaje es el tema. Este fenómeno, de hacer camino al andar, no pasa más que con la marcha de los elefantes, el 'Elephant Walk', de Hatari! (claro, otra vez Mancini a las andadas) o con los fistros de la Cantina de La guerra de las Galaxias, que es escuchar el clarinete de su banda residente (John Williams, claro) y levantarte para ir a la barra. La Pantera Rosa es también una forma de pensar las cosas, con un tempo particular, en el que prima cierta lentitud en la observación y en las acciones. No es espídica, ni correcaminos. Ve cómo ir resolviendo con una mezcla de astucia y laconismo. Y cada uno de sus pasos deja una huella, rosa, por supuesto, que convierte la pantalla en una paleta de color, rosa. No en vano, en su segunda década de existencia, había una especie de capítulos paralelos que resumían los mejores momentos de la primera década y que se titulaba Piensa en Rosa (Think Pink). En ellos ya se recogía una forma de actuar y de pensar. Y de acabar fugándose en cada capítulo hacia el fondo de la escena u ocluido con un iris: como Charlot.
La Pantera Rosa acaba de cumplir 60 años. No sé a cuántos años humanos corresponde un año de este tipo de criatura pero es envidiable cómo mantiene su Pantone, intacto. Un rosa pop. De cobertura de pastelito. De blusa Aster. Nunca, en fin, un diamante tuvo un pulido más valioso que la Pantera Rosa.
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