Quiero pensar que ya hay un par de guiones cinematográficos en marcha y una o varias novelas medio empezadas. Sobre M. Encima de la mesa de algunas productoras no me cabe duda que tiene que estar, en un lugar bien a la vista, para la ... próxima reunión de proyectos, el recorte de prensa o el enlace que esta semana nos descubría a M. Así, sin más pistas de identidad: M. En muy contadas ocasiones, como ésta, un hecho, un individuo, un episodio, sintetiza mejor la clave de bóveda de un asunto, la red neuronal que soporta un tramo histórico y su fábula. Y nunca mejor dicho lo de la bóveda, pues es aquí el cerebro el núcleo duro y, por añadidura, el paisaje antes y después de la batalla. La historia de M explica, muy gráficamente, el trastorno, la catástrofe: la inversión de todo. La de M es la historia de un sujeto y de su cerebro, que sufrirá en carne propia el trauma para acabar convirtiéndose en una cámara oscura de la Historia, que siempre en España es intrahistoria, o sea: recámara. La de M es de esas historias que cruzan ciencia y guerra, alumbrando –y aún más con el paso tiempo– un relato que en su contorno explica mejor que otros datos las proporciones de la lesión social. Yo creo que desde que, por ejemplo, Víctor Erice, en El espíritu de la colmena, mostró en la figura de un apicultor lo que significaba el exilio interior en la posguerra, ninguna otra figura, que yo recuerde ahora, muestra, como lo hace M, la tormenta mental, el vuelco craneal que causó la Guerra Civil Española. En su M capital, en el anagrama, en ese aspecto de escultura alfabética que tiene de por sí esta letra, casi de edificio, veo las dos M de otro ser cuya cabeza era un big data, hacia 1935, próximo en fechas y en mundo inestable; otro ser incógnito con un algoritmo en la corteza cerebral, cuando aún no existía el algoritmo tal y como ha proliferado. Hablo del Mr. Memory de 39 escalones de Hitchcock (otro internista de nuestras circunvoluciones), que igual recordaba la fecha del hundimiento del Titanic que la edad de Mae West (aunque ésta nunca la revelaba por cortesía). Y me viene el Mr. Memory porque el M español –por el momento sin un Hitchcock, pero no debiera tardar, ya digo– constituye también una forma de almacenamiento de memoria. Cicatrizada e indeleble. Elocuente en la descripción del impacto personal y general. Para quien no lo haya leído estos días: en la primavera de 1938, en el frente de Valencia, una bala enemiga atravesó el parietooccipital izquierdo de M, soldado desconocido de las filas republicanas. No murió, pero la bala le produjo un túnel cerebral que le provocó el que visionara las cosas al revés y teñidas de verde. Y para mayor avería sensual, los sonidos y las caricias se trasladaron de latitud en sus regiones cerebrales. Pero no sólo no murió M, sino que paradójicamente el laboratorio neuronal de M, dramáticamente alterado, se transformó en el interior de una cámara fotográfica perfecta, convirtiendo su cerebro en una pantalla en la que como en una Kodak, pongamos, no solamente no se borraron las imágenes sino que se grabó la placa total, el panorama de ese instante y de lo que venía; positivándolo en ella con una nitidez histórica y política y una lucidez alucinantes. ¿Cómo?: al quedar impreso el plano invertido de la situación; una operación que registra en su caja negra cualquier cámara oscura desde su invención. Se convirtió, así, M, en fin, en un «reportero de guerra», bien podíamos decir. El plano resultante fue completo, a pesar de ser M un mutilado. Con la mecánica en su fuero interno. Un plano –que se fosilizaría– en el que todo un país se pudo reconocer (y hoy reinterpretar) a pesar de ser M anónimo. De ser sólo el «Paciente M» (1913-1990), así clasificado y estudiado por el doctor Justo Gonzalo, y ahora recuperado. M fue el vector ambulante, con las líneas de visión cruzadas en aspa, de lo que había atravesado a España. Porque M no se equivocaba. La fotografía que se reproducía en su cerebro era una proyección muy fidedigna: en la España que aparecía tras la guerra todo estaba boca abajo.

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