I. Imperio austrohúngaro

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Décimo aniversario de Felipe VI. Al final del banquete, las infantas Sofía y Leonor se levantan para decir algo a los postres. A Sofía se le escapa lo de «papá y mamá» para dirigirse a los monarcas. Escena de palacio. Tiene ese ... perfume de estampa como austrohúngara. Berlanga mantuvo en una cápsula de tiempo y de celuloide aquel sueño y aquel mapa de especie ruritana. Lo berlanguiano consiste precisamente en ese fijo intrahistórico. Y de hecho, hace justo ahora setenta años, celebramos también un setenta aniversario, ya prefiguró, al detalle, en una secuencia de su película Novio a la vista (1954), la escena de Sofía y de Leonor del otro día, en la sobremesa borbónica. En aquella España de «país de fábula» –que decía la zarzuela– del género austrohúngaro, había unas familias españolas de entreguerras (no sabían entonces cuántas guerras iba a ser), con posibles para permitirse balnearios y casetas de baño privadas, que veraneaban en Lindamar, playa inventada. Un verano como de Monsieur Hulot. Pues el vástago de una de estas familias de clase, Enrique, antes del veraneo de 1918 en Lindamar, se tiene que examinar de Geografía (de aquella geografía de regiones austrohúngaras, claro). Y le toca hacerlo al lado del infante, compañerito de clase. Y diálogo entre los catedráticos y el infante era el siguiente. Uno de los mejores y más profundos gags de nuestras historias, la del cine y la general. Estrado del examen. Se sientan el solemne tribunal y el examinando infante (éste de espaldas a la cámara, supongo que para evitar parecidos o caricaturas, y ropa de marinero de comunión): «Catedrático- Dígame algo sobre la dinastía de los Borbones. Infante- Pues los reyes de la casa de Borbón son: Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV, Fernando VII... Catedrático- ¡Muy bien! Infante-... Isabel II, Alfonso XII y papá». Aplausos tan encomiásticos como rendidos de los catedráticos. Uno de los alumnos del común se le queja a Enriquito: «¡Así ya se puede aprobar, que me pregunten a mí por mis abuelos!». De cara a este verano, Sofía también ha aprobado. Así, cualquiera.

II. Look left

No recuerdo si era 1984 o 1985. En cualquier caso, mi primer viaje a Londres. Lo que si recuerdo perfectamente es que era un domingo por la mañana, un día gris y con las calles semivacías, y eso que mi tía María Luisa y yo íbamos por el centro de la ciudad, en concreto a la taquilla del London Palladium, a por unas entradas –si había, que las hubo, mi tía siempre me daba suerte con las entradas– para ver Cantando bajo la lluvia, una maravillosa versión teatral con Tommy Steele en el papel de Gene Kelly. Íbamos un poco deprisa, la verdad, y todavía con poca práctica en el Look left de los pasos de cebra de la ciudad. El caso es que llegamos a la altura de los Almacenes Liberty, entre Regent y Carnaby, ya muy cerquita del teatro. Apretamos un poco. Entonces, llegamos a un cruce, yo me adelanto a mi tía; pongo el pie en la carretera sin pensármelo dos veces, seguramente mirando –mal– a la derecha; mi tía me grita «¡Cuidado con el coche»!, me vuelvo a mi izquierda y veo que tengo casi encima un escarabajo gris. Me detengo y retrocedo a la acera, con el corazón a mil. El coche ha frenado en seco. Ya está no ha pasado nada, un gag de tráfico. Era además el único coche que circulaba. Tomo aire y de pronto, del vehículo sale su conductor, muy alto y que me mira y me hace un gesto simpático, seguramente perdonándome mi secuencia de imprudencias. Y ahí estaba el Capitán Benjamin de M*A*S*H; el Atttila de Novecento o el Casanova de Casanova o el Jesucristo de Johny cogió su fúsil: era Donald Sutherland.

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