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Recordaba aquí el miércoles Estíbaliz Espinosa, con motivo del 150 aniversario de la muerte de Bretón de los Herreros, la representación que de 'Marcela, o ¿a cuál de los tres?' realizó Margarita Xirgu en 1916 en el coliseo homónimo logroñés. Y Jonás Sainz, ayer, glosaba ... la presencia continuada de Nuria Espert en este mismo coliseo, al que también ayer decía adiós. Y así, los hechos escénicos y biográficos, han ensamblado un paralelo poético y vital, sobre los adioses y sobre el teatro.
Al menos, en mi cabeza del espectador que –con todas mis fuerzas– soy, en buena parte por Nuria Espert (que hubiera sido, por cierto, una maravillosa Marcela). Y al Teatro Bretón de los Herreros. Y a Lorca. La Xirgu hizo su última temporada en Logroño en enero de 1936, sólo unos meses antes de que lo reventara todo la guerra civil, presentando el repertorio lorquiano. De ello queda el testimonio fotográfico de Julián Loyola, que metía su Contax en los salones de cine y en las plateas. Ahí quedan estampas de la 'Yerma', en el Bretón, con los decorados de Santiago Ontañón.
Yo, la primera 'Yerma' de mi vida se la vi a Nuria Espert, no en el Bretón, en el 73, porque no tenía edad, si no en una reposición en la Comedia, de Madrid, ya en los 80. La vi y me quedé en shock; aquella 'Yerma' amarrándose a un útero gigante, enlonado y en rampa, a tumba abierta. Si ella quisiera, podría seguir siendo Yerma, y doña Rosita. Siempre. Margarita Xirgu echó telón en Logroño con el poeta, (todo echó telón ese año, exceptuando el viva la muerte) pero se lo «llevó» a Montevideo. ¡Y también a Don Manuel! y a su 'Pelo de la Dehesa'. Nuria Espert se viene despidiendo, plaza a plaza, con una función, 'La isla del aire', que por momentos recuerda a un interior familiar femenino lorquiano, más aún cuando están Vicky Peña, Martirio en la versión cinematográfica de la Bernarda Alba de Camus, y la Espert, claro, cuya Mencía en esta función de Alejandro Palomares tantas trazas presenta de la matriarca.
Y voy a la personal, tratándose de despedidas (aunque la memoria no se despide, sino que continuamente vuelve a poner en escena). Yo me despedí de Nuria Espert, desde la butaca, en abril, en el Romea de Barcelona (que también fuera casa de Margarita Xirgu, catalana de nacimiento como la de L'Hospitalet), viendo, a full house, 'La isla del aire'. He visto pocas veces en un teatro una emoción contenida tan adensada, tan patente. Respiración contenida del público, un público que iba a decirle a la actriz que la quería, desde hace muchísimo tiempo, y que venía a acompañarla hasta la isla, hasta el confín del teatro por última vez. A escucharle cada palabra y a sujetarla, con el corazón, en cada paso que diera sobre el escenario, sobre el que estaba –allí en el Romea y anoche en el Bretón– maravillosamente acompañada por un grupo de actrices que, se nota –por añadidura a sus roles respectivos–, también han ido a verla y admirarla a ella: evolucionar, decir, mirar. Esos ojos y esa sonrisa, iluminada. Saben que son sus últimas compañeras de singladura. Hacia una terra incognita y a la vez real, visible: las tablas de un escenario teatral. Un público que aplaudió en pie, con lágrimas en los ojos (yo el primero), de puro agradecimiento.
El fondo marítimo y dramático de 'La isla del aire' me lleva hasta 'La Tempestad' de Shakespeare, que tuve la suerte de ver en su día con Nuria Espert en el doble papel de Próspero y de Ariel. Y allí lucía y sonaba como un auténtico espíritu del aire, con caras y voces simultáneas: el teatro. Pues en esta 'Isla del aire', Nuria Espert ha sido, más Próspero que nunca. Y ha ido a romper su varita delante de su público y de sus compañeras: «Y os prometo una mar tranquila, vientos favorables y velas tan rápidas que pronto habréis rebasado a vuestra real flota». No me cabe duda que a la salida de actores y actrices del Teatro, a Nuria le aguardaba Margarita, y que se fundieron en un fuerte abrazo. Como si fueran dos niñas que están empezando.
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