Estoy reenganchado a Curro Jiménez. La viene programando la 2 en paralelo al Telediario del mediodía. Han pasado casi cincuenta palos desde que la vimos, en su horario nocturno y mágico. Y en tiempos de Transición, 1976-1978, a los que Curro y los suyos, ... una partida liberal, contribuyeron como azote de caciques, tiranos e invasores. Me siento con el café; suena la fanfarria de Waldo de los Ríos y me recorre al trote una emoción de euforia melancólica. Y compruebo que mi aprecio por ella se incrementa por ángulos que el espectador adolescente no se coscaba entonces. Ahora, Curro Jiménez me parece un Galdós. Y sus cuarenta episodios, cuarenta episodios nacionales. Y como tal veo/ leo ahora la serie. Si el western puede considerarse la literatura romance norteamericana, el bandolerismo nuestro equivale al western. A su drama. Firmaron los capítulos directores que también lo serían de, por ejemplo, Los santos inocentes, La forja de un rebelde, El crimen de Cuenca, La verdad sobre el Caso Savolta o Los Tarantos. O spaghetti-westerns. En esas películas tratarían del pistolerismo, la represión, la miseria, la violencia y el señoritismo. Hablo de Mario Camus, Pilar Miro, Antonio Drove, Rovira Beleta o Romero Marchent. Revisitados hoy los asuntos de Curro Jiménez está claro que trasparentaban –en la bisagra de la salida de la dictadura– la lucha contra la reacción, y a favor de la libertad y de la justicia social. La serie superaba el pintoresquismo, operando desde el romanticismo y el liberalismo, ensillados –era cine de aventuras– a lomos del género caballista. Curro Jiménez, fiel al tiempo en que discurría, daba entrada a un siglo (el XIX), elenco, escenografías y temas poco comunes en la parrilla televisiva: zahoríes, espías, indianos, zíngaros, funcionarios, mercenarios, bodegueros, jornaleros, condesas fatales y hasta un pintor abstracto (que lo fue en la vida real: republicano, vanguardista y poeta), Manuel Viola, alfarero rebelde ante la invasión napoleónica (capítulo 'La Gran Batalla de Andalucía'). Salían compañías mineras, casas de juego y destacamentos franceses. Y los viajeros al mito de España: un boxeador irlandés, un corresponsal del Times, un noble escocés, un embajador marroquí o un lord inglés. El cuatro de septiembre de 1978, y como extensión de la serie –recién concluida en los televisores– se estrenó en la gran pantalla un largo que no logró llevar a las salas de cine a los fieles de la sala de estar: Avisa a Curro Jiménez. Su argumento reincidía en el motivo romántico-extranjerizante, de nuevo anglo, con un delegado del Museo Británico que compraba en España un tratado incunable de botánica árabe y era asesinado tras robarle el libro y Curro –convertido en bandolero bibliófilo– a la búsqueda del tomo perdido. Se estrenó en dos cines de Madrid, pero sólo en el de Gran Vía, el Palacio de la Prensa, se montó un show, como si fuera el Curro Jiménez el Circo de Buffalo Bill, que organizaba un desfile cada vez que llegaba a una ciudad. Y así, a las diez de la noche, un grupo de extras de cine ataviados como la cuadrilla de Curro cortó el tráfico para representar un asalto a caballo. En lo alto del Palacio de la Prensa, había estado en tiempos la redacción de La Codorniz, y en ella Rafael Azcona, quien –como recordaba el propio Rafael– no tuvo que avisar a Curro Jiménez para que Sancho Gracia, buen amigo suyo, le echara un cable en una época de trabajo menguante, consiguiendo que le encargaran el guion de un par de capítulos de la serie Los desastres de la Guerra (de Camus); periodo histórico, por lo demás, bien conocido y asendereado por el hijo del canchero. El otro cine de Madrid donde se estrenó simultáneamente la película fue el Velázquez. La serie había finalizado, precisamente, con un capítulo en el que Curro Jiménez rescataba un hermoso caballo blanco, como el que pintara el sevillano. Pero Curro Jiménez era más de Goya, claro. Y de la abstracción de Viola.
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