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El Consejo de Ministros, a propuesta del Ministerio de Cultura, ha declarado oficialmente la zarzuela –a ver si no me dejo ningún atributo– 'Manifestación representativa del Patrimonio Cultural'. Y a mí me ha entrado a chorro la alegría de la huerta, en un acto y ... tres cuadros. La zarzuela es un artefacto que en España lo explica todo: una cazuela de pescado con marisco o cualquier episodio nacional. Y nuestro pabellón auricular, que comunica con un patio de vecindad a través del cual ascendió durante generaciones el eco de una radio en la que sonaba zarzuela.
Temas de zarzuela. No hay casi nada de lo que nos ha pasado y nos pasa en España que no pudiera ser un tema de zarzuela. Hay incluso un calificativo, el de 'zarzuelero', que se utiliza a veces para describir el cariz grotesco de escenas de nuestro histórico, en la medida en que se pueden asimilar a tipos y situaciones que este género comparte con géneros primos-hermanos, sin música pero con la misma letra, como el sainete, esperpento, el juguete cómico. O tragicómico. Cuando hablo de patios, me refiero a patios populares, de barrio y corrala. El sonido y elenco del repertorio de la zarzuela ha sido la compañía y el tatareo básico, esencial de españolas y españoles. En la casa, en el recuerdo, en las labores. Lo cual me recuerda que «hace tiempo que vengo al taller y no sé a qué vengo», como le dice el Joaquín a la Ascensión en 'El Manojo de Rosas'. Yo me lo pregunto y me lo canto muchos días. Creo, en fin, que si repasas el catálogo de la zarzuela no hay ningún tipo de nuestro reparto que falte en la lista de característicos.
Del Rey al labrador, del capitán al boticario, de la morena a la rubia, de la huérfana a la tonadillera, de la princesa a la criada, del espadón al barberillo, de la de la falda de céfiro al sobrino del Capitán Grant, de la Corte de Carlos IV a la de Faraón. Y el pueblo. El pueblo como coro soberano. Que comenta, rumorea, critica, aplaude o ironiza. El corifeo griego pasado por el Callejón del Gato. Y por el Patio de Monipodio. Ni tan poco falta un solo peldaño del escalafón musical o instrumental al que la zarzuela pueda interpretarse, crecerse, desde una banda de música a un foso sinfónico. Porque su alma es muy amplia, y democrática. Ni tampoco ha faltado un ambiente, desde el casticismo al orientalismo.
Todos los mundos han tenido cabida en sus cuadros. Pero, al hilo (musical, claro) de esto, el patrimonio nacional que es la zarzuela se multiplica cuando, además de elevar a la lírica –excelsa, en tantos pasajes, hasta para la ceja más alta del lirismo (¿ustedes han oído la obertura de 'Benamor', de maestro Luna?)– los asuntos y personajes de nuestra domesticidad como país, el real y el de fábula, el que describía Marola en su romanza para 'La tabernera del puerto', la zarzuela ha sido uno de los géneros teatrales más resistentes en España. Heroico, podría decirse, (y véase aquí la CLA de don José Eizaga, claro está). Y adaptado a las posibilidades, voces, telones, tablas y baúles de tantas compañías, la mayoría de ellas de las llamadas de aficionados (y es que, tú ves, para iniciarte una 'Verbena' o una 'Francisquita' y crea eso: afición), que han construido forillos de cualquier panorama y se han cosido sus trajes para vestir todo el repertorio.
El Consejo de Ministros (no es mal título para una zarzuela) ha afinado. A mí, desde luego, la zarzuela me euforiza. Me divierte y me emociona. Soy zarzuelero. Y al oírla repaso los vinilos de mi suegra la Tere (la hija de la panadera de la Calle Mayor, muy buen título también), que recordaba romanzas enteras, de cuando la zarzuela se seguía como las radionovelas, los concursos y el parte. Y te soltaba uno verso como si fuera un refrán o una máxima.
Hagan la prueba: una mañana de bajona, en las que el día no acaba de amanecer, póngase la obertura de 'La Revoltosa'. Y verán como el día rompe, y te dan ganas de asomarte al balcón y de ponerte a la tarea, y de saludar a los vecinos y de lanzarte a la calle, a la gran vía, por ejemplo. Pero esa es otra zarzuela.
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