El jueves era el día mundial de la Televisión. Y la noche. Que acabó en una parrilla (muy) revuelta. En Príncipe Gran Vía, ahora mismo bastión de la televisión asamblearia, todo parecía comenzar bien. Lo normal, vaya, para el programa: a Broncano ya le había ... levantado dos pares de zapatillas; la presentadora albina e invidente del Sorteo de la Lotería estaba metida dentro de una bañera llena de peluches; un tipo extraño que no podía enseñar por alguna razón un tatuaje que llevaba en el brazo estaba sentado en el bidé y Jorge Ponce había montado en la calle una Rotonda descacharrante, porque también era –o se lo inventó el genial Ponce–, el día mundial de las rotondas. Pero el caso es que en realidad ya todo había terminado. Y mal. En los cuárteles de su némesis rugía la marabunta desde el principio de la tarde y en una especie de estado de excepción televisual se comenzaba la emisión de un programa que se sabía incompleto, con uno de sus fragmentos grabado y amputado y su protagonista, todo un campeón el tío, entre la moto y Motos. En tiempos, un motorista le llevaba a alguien una notificación con su cese; ahora viene alguien a notificárselo al motorista, que aguarda en el camerino su salida a escena. El cese o lo que sea: un veto, una oferta (que no puede rechazar), una cláusula de contrato. Y tiene que salir a trancas y barrancas. Durante el falso directo asistíamos aparentemente en tiempo real a lo que ya había sucedido y llevaba horas haciendo arder la recámara del prime-time: esa zona de excitación audiovisual antes de la oración y cierre, que se decía. Yo, de hecho, lo vi tarde, en RTVE play, con lo que la cosa ya estaba en las portadas de los periódicos y enredado (por las redes y por el enredo). Y el resto ya es historia mayor del medio (por cierto que sigue existiendo un «intermedio» en la política de bloques). Y una cronología de los acontecimientos que rivaliza en engranaje y misterios con la de la tarde en El Ventorro. El programa La Revuelta del 21N de 2024 es ya y quedará (grabada) como una pieza, como un dato, del estado de las cosas: del bipartidismo mediático y general, del business implacable y selvático, del disparate, de lo que hay detrás, de las prácticas cuestionables o de la cautividad que se vive en el candelabro (una figura mundial del deporte por ejemplo, puede no ser dueño de sí mismo, o una actriz o un influencer). A todo esto, lo de la selva: desde la noche del 23F no había vuelto a suceder que tras un golpe de mano, la televisión pública cortara su emisión para dejar como fondo de pantalla un reportaje de fauna. En aquella noche, camino de la madrugada –una noche, por cierto, a la espera de elefantes blancos– fue un documental ad hoc, que vimos como en estado catatónico. Aparecían elefantes que parecían volar como los de Dumbo. Pues esta noche del 21-¡N La Revuelta desembocó en un docu sobre la berrea. Más bien en un vídeo-clip de quince minutos, en toda una play-list sobre la berrea, que podía haber sido material del programa Metrópolis. La berrea, como asunto, como metáfora, como coreografía y como fábula o neo-fábula, en definitiva, desbancó al perreo, ahora en auge. Salimos ganando en esto. Nunca, nunca antes, hasta la mañana siguiente, la del 22N, la berrea cérvida había sido tema, trending-topic en las oficinas, en los cafés, en el transporte público, en las rotondas.

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