Beber como liberación

Todos los espectadores saben de sobra cómo se las gastan los nórdicos para enhebrar dramas desasosegantes y de una tralla moral desquiciante. Su negrura y pesimismo latente se deja rastrear con virulencia en este relato sobre el descalabro del macho alfa cuando su aura languidece. Cuatro amigos y profesores de distintas disciplinas de un instituto deciden traspasar la línea roja de su moderación. Con análisis científicos contrastados en la mano aseguran que ingerir una tasa de alcohol de 0,05 gramos es un tope para no ser tildados de borrachos. El reto les procura una desinhibición y, por lo tanto, un chute de autoestima para enfrentarse a sus carencia y miedos.

Los colegas tienen una vida social y económica confortable. Han conquistado el confort deseado pero se ven ninguneados en sus capacidades empáticas. Resuelven la timidez trasegando todo tipo de cócteles. El resultado exitoso es inmediato y ganan confianza. Pero no advierten los riesgos colaterales y se dejan arrastrar por una espiral de autodestrucción. El experimento templa nervios y soluciona complejos pero aboca a un retrato inconsciente de unos tipos encapsulados en el curso del tiempo y camino de su estancamiento. Su desmoronamiento etílico es brutal, su razón filosófica una temeridad y su remordimiento total. Uno de los personajes femeninos expresa con una frase la crisis del discutible juego: «No me extraña semejante gamberrada puesto que desde temprano esta sociedad te enseña a beber». Breve y letal.