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La barba con la que ha aparecido Pablo Casado esta semana es la constatación de que termina el verano, como la hoja seca que flota sobre la piscina, o como cuando aparecen con el primer amago del Cierzo esas moscas más pequeñas de finales de ... agosto. Esas moscas enanas, como las ilusiones que uno ve nacer cuando arranca el nuevo curso, mueren en 15 o 20 días; puede que la barba de casado dure lo mismo.
El vello facial del político ha sorprendido bastante, como cuando surge en pleno verano esa otra barba del Papá Noel de Muro del Carmen para anunciarnos que ya se ha puesto a la venta la Lotería de Navidad. Una barba y un monigote que en el fondo nos advierten de que, en vacaciones, los días caen uno encima del otro como fichas de dominó.
Con barbas uno parece mayor, más interesante, más serio supongo. El pelo por las mejillas es una especie de máscara que le da a uno cierto aire de gravedad y misterio. Pero si quería parecerse a Abascal, a Casado le ha salido regular, porque esa capa de pelo huidizo le ha convertido en el gemelo robado de Alberto Garzón. Casado es el último político en unirse a esta moda que no entiende de ideologías: Garzón, Abascal, Pablo Iglesias, Maroto, Rufián, Girauta, Rajoy... barbudos todos y absurdos como Reyes Magos de una obra navideña. Si hasta la propia legislatura comenzó danzando al viento de los pelos blanquecinos de ese Presidente de Edad del Congreso, un señor valleinclanesco llamado Agustín Zamarrón que nos dejó a todos con ganas de mucho más.
Yo nunca me la he dejado, sólo de estudiante llevé perilla a lo grunge, como Chris Cornell. Luego la fui recortando hasta convertirla en esta mosca debajo del labio inferior en la que ya asoman canas. Ni en plena explosión de lo hipster he sentido la tentación, yo las barbas se las reservo a los magos de Tolkien, a los viejos vaqueros con sombrero y escopeta que se balancean en la mecedora del porche y, sobre todo, a los marineros. Ahí, en esas caras rajadas por el viento y heridas por el salitre, sí tienen sentido; barbas como la del Capitán Acab, la del viejo y el mar, o la del Capitán Nemo, que miraba al corazón del océano y decía «No necesitamos continentes nuevos, sino personas nuevas».
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