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Creo –el verbo con el que les suele gustar a los de Podemos introducir sus reprimendas– que Pablo Casado debería reflexionar seriamente sobre lo ocurrido en los comicios vascos y gallegos. El experimento de ir coaligados con Ciudadanos ha perforado unos cuantos metros más el ... subsuelo en el que yace hundido el partido fiel al constitucionalismo en Euskadi (el PSOE dejó hace unas cuantas elecciones de ejercer ese papel que no renta en Moncloa).
Volviendo al PP. No es que esa alianza no la entendieran bastantes cobardes que están a nómina del partido, los que le deben a Casado tal o cual puesto, es que no consiguieron descifrarla los que importan, los votantes, que dieron un portazo abstencionista a un ensayo singular y prefirieron marcharse a la playa, venir a Ezcaray o pasar el día enganchados a la televisión cobijados del bochorno y de la galerna. Los electores del PP, en mi opinión, no quieren inventos. Anhelan el partido rotundo, sin complejos para definir su posicionamiento a la derecha y que puso en marcha una ruina llamada España un par de veces. Pero qué veces. Cuando, desahuciados, nos habían dado la extremaunción.
Porque el PP no ha barrido en Galicia con una cuarta mayoría absoluta. Lo ha hecho Feijóo, quien se resistió al apaño peregrino con los de Arrimadas, propinando un baño de realidad a la planta noble de la calle Génova en Madrid. Y si eso suponía no ir escoltado por sus siglas, pues adelante. Mejor solo que erráticamente acompañado.
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