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El dirigente nazi Adolf Eichmann fue uno de los máximos responsables del holocausto y estratega directo de lo que conocemos como la 'solución final'. Tras la derrota de la Alemania de Hitler, Eichmann huyó a Argentina donde vivió hasta 1960, cuando fue capturado por el ... Mossad. Fue juzgado en Israel donde fue condenado y ejecutado el 30 de mayo de 1962.
Eichmann mantuvo durante el juicio que era su gobierno y no él quien perseguía a los judíos y que él actuaba por la obediencia debida. La filósofa Hannah Arendt, corresponsal de la revista The New Yorker, mantuvo que Eichmann no era un monstruo en sí mismo sino un hombre corriente. Según ella, su comportamiento demostraba que cualquier persona puede llegar a cometer como él atrocidades porque cree que es su obligación o su deber, en este caso además, por sumisión a un régimen totalitario. Esa interpretación, polémica en su día, está hoy comprendida en la expresión 'banalidad del mal'.
El terrorismo, el uso de la violencia contra las personas para conseguir un fin, es un ejemplo de la banalización del mal puesto que necesita de personas que dicen actuar por el bien de una causa justa sin reparar en que al hacerlo deslegitiman el propio fin. Eludir la responsabilidad personal de esos actos en el propio colectivo que los ampara no es sino una banalización extrema del mal que vive y convive entre nosotros.
La inclusión por parte de Bildu en sus listas electorales de 44 condenados por pertenencia a ETA, 7 con delitos de sangre, ha sido denunciada por COVITE. Su presidenta, Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio Ordóñez (PP) asesinado por ETA en 1995, y que siempre se ha mostrado contraria a la utilización política y electoral de las víctimas, considera perjudicial para la democracia que personas con un «historial criminal y terrorista» se presenten a un cargo público.
Mi corazón se conduele con lo que me parece una ofensa a las víctimas y una provocación a la sociedad. Es cierto que ETA no existe desde hace diez años y que estos personajes han cumplido sus condenas. Entiendo que en democracia todo sea legalmente irreprochable, pero moralmente duele como un bofetón a mano abierta que no mitiga el dolor, lo acrecienta. El silencio de las pistolas llega antes que la paz a los corazones. Bildu sabrá si merece la pena reavivar la angustia por un puñado de votos fanáticos. Las familias de las víctimas de cualquier terror, las de una guerra, las de la retaguardia de una Guerra Civil como la nuestra, las del franquismo, las del yihadismo, las de la violencia de género y las de todas las víctimas en general necesitan tiempo para procesar el duelo. No se puede seguir banalizando el mal, cerrar las heridas del pasado exige respeto al sufrimiento ajeno y que gentes como Arnaldo Otegui se marchen ya a tomar viento fresco.
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