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Casi nada de lo que realmente nos ocurre se desliza en superficie. La distancia entre las dos capas de nuestra fragilísima tectónica, la región que asoma y la que permanece sumergida, puede alcanzar una dimensión equivalente a la distancia existente entre polos; una brecha que, ... además, no se extiende en horizontal, sino que excava en vertical, provocando un vértigo abisal, insuperable. Aún más profundo, incluso -alcanzado cierta cota- letal, en personas, en figuras, que viven en el espectáculo o son cautivos de su histórico (el que les solapó el espectáculo). Por 'espectáculo' me refiero a las formas de exposición (y la consiguiente expropiación de tu identidad), al avatar de la imagen pública (la máscara que el público ha fabricado de ti y por la que te convierte en una de sus propiedades), en otro; al 'ser' mediático (uno de los mayores cortocircuitos sobrevenidos al 'ser' contemporáneo); a la dependencia del éxito. Me temo que, de entre los varios dramas alojados en esta 'Blancanieves' -como, se ha sabido, venían apodando desde niña a Blanca Fernández Ochoa-, la lucha contra el espejo, esa extensión helada donde se dirime mucho más allá de la belleza o la fealdad epidérmicas; donde se libran, en realidad, batallas y se juegan finales, domésticas, contra uno mismo; confrontaciones que no se pueden borrar de su superficie con un phothosop-, ese espejo, intuyo, fue de los dramas más crónicos e insalvables que tuvo que gestionar, sola. En su caso, bajo un manto de nieve, muy blanca, olímpica, sí, que le venía de familia. Descendiendo miles de veces sobre él, driblando los dientes de la orografía que serraba por su forro interno la pista y el otro lado del espejo. Pero el descenso -no hablo del slalom- no es un deporte. La modalidad de Blanca Fernández Ochoa, el encontrarse entre arriba y abajo, ascendiendo para volver a descender, continuamente, entre postes y puertas, a una velocidad extrema, suficiente como para abolir durante un minuto el vértigo borra la diferencia entre ascender y descender. Lo sabemos porque nos pasa en los sueños. En algunos de ellos, no podemos dejar de ascender; en otros, de descender. Pero se trata del mismo vértigo. Hitchcok lo contó -atravesando las correspondientes puertas- en el sueño del doctor Edwardes, en Recuerda: el miedo al blanco de la nieve, la obsesión con las líneas oscuras del esquí sobre la nieve. «Había que averiguar dónde solía ir a esquiar Eduardes» preguntaba la doctora Constance. Pero el sitio no existe: «Nos lo ha dicho ya: en los sueños», le advierte el profesor Brulov. Aún ha disociado en mayor grado lo que sucedía en ningún sitio, sobre y bajo la nieve la operativa, las llamadas operativas. A la morfología -anómala, espectacularizada- de la superficie sobre la que está semana se ha vivido el drama de Blanca Fernández Ochoa ha contribuido el teatro mediático desplegado, una vez más. Una capa sobrevenida de -en la mayoría de ocasiones- no noticias, de actos audiovisuales repetidos; que ha servido, sobre todo, para alimentar horas y horas de opinativa estéril (esa falsa operativa de las hipótesis, de las supuestas fuentes, de datos a los que 'he tenido acceso'), de comparencias oficiales improductivas o clonadas, de la creación exprés de un elenco de testigos, bien vecinos, o conocidos, o que pasaban por ahí, que han tenido en cada cadena sus cinco minutos de tele (hecha la excepción de algún testimonio valioso, los menos); de la creación -como en una serie de ficción- del escenario del propio Cercedilla, del que conocemos ya bares, plaza, alcalde, la escultura de Paco y los nombres de los picos de la sierra que lo circundan. Una sensación de déjà vu, en fin, de haber pasado por un reality, digamos, análogo, no hace nada, en el caso del niño Julen. Mientras, bajo la nieve, una mujer abandonaba su carné de identidad, su identidad, en el asiento de su coche. En Arte, la pieza teatral de Jazmina Reza, que trataba sobre lo que vemos al fondo del blanco de la tela, de un cuadro, pero también de la nieve, la nieve en que consistía la tela -y la entretela- del asunto que se ventila en la función. Recuerdo con fuerza ahora y se lo dedico a Blanca Fernández Ochoa, algunas líneas del párrafo de Marcos. A Blancanieves, que esta vez no podido devolver el bocado malo de la manzana: «Debajo de las nubes blancas, cae la nieve. Ni el frío ni el resplandor blanco del sol. Un hombre solo, con esquíes, se desliza. Cae la nieve. Cae hasta que el hombre desaparece y vuelve a su opacidad. Representa un hombre que atraviesa un espacio y desaparece».

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larioja Bajo la nieve