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Abro un libro al azar (mentira cochina, pero poco cochina, que el azar es tan habitual como la costumbre). Dice ese azar que las palabras no están para explicar lo que sucede, que para eso «existe el silencio o bien la risa, o, a veces, ... por ejemplo, además, llorar». Lo dice Margarita Duras, experta en amores que se tuercen. Lo dice Larra, por culpa de Madrid, escenario de resplandores y cuchilladas. Y lo dicen multitud de vivales enganchados a la construcción del más poético lamento. O sea, a dar el coñas con galanura, que motivos para llorar por llorar, en frío y sin versos, hay para todos y se encuentran sin buscarlos. Lo de ellos, los de libro, es un acto de chulería. Creen que escribir es una tortura y un trauma, un jugar a ser como dios y un quemarse en el fuego del infierno (qué gusto, tan calentito). Escribir es garabatear 'selfis', dejar el culo al aire, mostrar el envés de la mirada, incluida esa esquina brumosa donde acecha el asesino.
Y lo puede hacer cualquiera. Cualquiera lo hace. La literatura también es democracia. Cada cual y cada cuala crean mundos a su medida, letra a letra, o desmontan el mundo que les ha caído por encima de su medida. Cuando se escribe, se viaja sin necesidad de tiques ni pasaportes ni Falcon presidenciales. Si Julio Verne pudo, ¿quién no?
Esto pensaba o me pensaba mientras viajaba, a pata y bastón, por la ribera del Ebro. El sol se deshacía en elogios de sí mismo, doradamente faltón a un invierno adicto al cambio climático. Quizá fue el calentamiento global quien me colocó frente a siluetas nebulosas, relumbrantes, con zapatos del 53, con bombachas desgarradas, con gorras de almirantes de hipermercado, con escarolados rizos infantiles arropaditos con marca Mercadillo, con señoras de todas las tallas, con personas que juro haber no visto y, sobre todo, que juran no haberme visto. Y mira que nos conocemos. ¿Cómo viajar plácidamente sobre las palabras y ser incapaz de saludar a esos okupas consentidos, que habitan abusivamente nuestras neuronas? Compis usuarios desde el inicio de la memoria de la misma patera, en papel, en pantalla, en disco, en nube que pasa, cada uno en su costera. El tiempo crea afecto y hay que saludar a los amigos, husmee quien husmee, y tan amigos: aquí, el Maqroll el Gaviero. o; aquí, el Oliver, el Twist; aquí, la Esmeralda, la gitana; aquí, aventureros derrotados; aquí, guerreros de galaxias sin descubrir; aquí, damas de blanco; aquí, viudas negras. De otros siglos, de este siglo.
¿Empanada mental, fallo cognitivo? ¿Mundo idealmente posible? La vida es un instante de servicios mínimos a punto de ser nada; si no es nada, no hay sufrimiento ¿Pero qué es -qué coste asumible tiene- un instante de desesperación ante un absoluto vacío? Y va y resuena entonces la trompeta clásica, la de la abuela empeñada en parir, otra plasta, y rezonga que vivir no es importante, que navegar, sí. O tirarse al monte. O escribir.
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