El PP se ha adentrado en una crisis interna que parece fuera de control, entre las aspiraciones de Isabel Díaz Ayuso de simultanear la presidencia de la Comunidad de Madrid con el liderazgo de su partido en ese territorio, y el propósito de Pablo Casado ... de acotar la influencia del 'ayusismo'. Las declaraciones de Esperanza Aguirre, calificando de «niñatos» y «chiquilicuatres» a los dirigentes de Génova, y la réplica de Teodoro García Egea señalando que el problema del PP de Madrid ha sido la corrupción elevaron ayer el tono de la confrontación hasta niveles de muy difícil retorno. La crisis ha aflorado cuando los populares de Casado trataban de instalarse sobre unas previsiones demoscópicas que les son favorables, ejerciendo la oposición ante reveses como el alza del precio de la luz, las discrepancias en el seno de la coalición o los enredos con la Generalitat. Ha aflorado probablemente porque Díaz Ayuso se considera hacedora de la recuperación del PP con su contundente victoria en las autonómicas del 4 de mayo. Y también probablemente porque hay responsables populares que ni ven tan clara la remontada de Casado, ni están dispuestos a concederle tan meritorio pronóstico.
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Frente a ello, los recelos que pudiese albergar la dirección nacional de los populares ante la figura ascendente de Ayuso y la proyección nacional de su discurso parecen haber colmado la paciencia de Génova al anunciar que se postula para presidir el PP de Madrid mientras Casado intentaba orientar la actividad interna y la atención pública hacia la convención del 2 y 3 de octubre en Valencia, y sobre todo al demandar un cambio en el calendario de los congresos regionales para poder situarse al frente de la organización madrileña con año y medio de antelación respecto a los comicios locales y autonómicos de 2023. Con lo que Ayuso podría determinar la composición de las candidaturas municipales y regionales en la comunidad nuclear del poder del PP. Poco importa si Isabel Díaz Ayuso pretende hacerse o no con el liderazgo del PP en su conjunto. Lo que resulta evidente es que la crisis desatada consume energías que los populares necesitan para hacer frente a sus responsabilidades de gobierno y para articular una alternativa que contribuya a mejorar la vida y las expectativas de los españoles. Crisis de la que, por eso mismo, el PP saldrá perdiendo.
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