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Agosto es un mes de aniversarios históricos que deberían hacernos reflexionar ante el cambio de ciclo que afronta la sociedad. El mundo sigue un curso dramático e inseguro plagado de demostraciones de fuerza de unos estados sobre otros en un alterado equilibrio geopolítico que, viéndose ... venir, estalló con la guerra de Putin contra Ucrania y que se extiende por un reguero de conflictos latentes como el de China con Taiwán, el de Israel con Palestina... y otros menos aireados como Afganistán, o los generados por la disputa de recursos naturales escasos como el conflicto entre Egipto y Etiopía por el agua del Nilo, o entre Siria y Turquía por las del Tigris y del Éufrates.
Nada nuevo en la historia. Ha pasado poco tiempo, desde 1945, cuando el 6 y el 9 de agosto Hiroshima y Nagasaki fueron atacadas con bombas atómicas devastadoras, o cuando el 2 de septiembre finalizó el vasto enfrentamiento y las atrocidades nazis durante la II Guerra Mundial. Hace apenas un año, EE UU abandonó Afganistán, escenario de un conflicto abierto con más de 20 años de presencia occidental, dejando en manos del régimen talibán a los ciudadanos con graves consecuencias retrógradas, especialmente entre las mujeres. Escenarios de violencia política en paralelo con olas de calor y sequía a efecto del cambio climático.
Sin ánimo de aguar este agosto, si reflexionáramos en lugar de huir hacia adelante aprovechando las, quizás, últimas vacaciones en las condiciones conocidas durante los últimos 25 años, sobrevendría una sensación de impotencia global frente a la evidente amenaza creciente de la crisis climática y geopolítica (con sus consecuencias, costes y medidas de ahorro energético) en un escenario económico pospandemia tembloroso, con la guerra, y la escasa competencia política que revierte sobre la responsabilidad ciudadana la salida ante los retos energéticos y económicos. Un panorama preocupante, especialmente para sectores más débiles como los jóvenes, o ese 22% de familias en estado de pobreza (el 29% de niños de España residen en ellas) que no pueden afrontarlo, o para una clase media con cada vez menos recursos para encarar una crisis que parece no afectar a los costes de mantener gobiernos repletos de ministerios, cargos y emolumentos. Una crisis que reclama el compromiso de todos.
Ni aprendemos de la historia reciente, ni queremos concienciarnos del nuevo cambio de ciclo que conllevará, especialmente, más sufrimiento entre los más débiles: infancia, juventud, mayores y sectores de pobreza.
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