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El Avión, con mayúscula, es una marca de caramelos. La marca, en términos absolutos, de los tofes de Logroño con aroma de café con leche. Y el avión, con caja baja, humildes minúsculas de andar por casa en zapatillas, y olor a keroseno sería la ... única aeronave comercial que opera en el aeropuerto de Logroño-Agoncillo cuando le sale de los reactores a Air Nostrum, la filial de Iberia para los garitos regionales subvencionados. En eso se ha quedado el aeropuerto, casi en un trampantojo, como un aeropuertito de la señorita Pepis o un aeródromo de Pinypon. Que no es económicamente rentable, dicen. Ya. Como si todo el resto lo fuese. Además, pretender serlo –rentable, digo– sin más vuelos que los de las moscas que habitan la terminal sería una sandez. Como poner un bar sin cañas o una abacería sin bacalao. Quizás el aeropuerto de Logroño sea una estupidez muy cara. O quizás fue el engaño que nos entretuvo mientras a La Rioja la dejaban fuera de juego en el mapa del transporte ferroviario, ese que dicen sostenible y de futuro. Consuela que sirvió, al menos, para que un tal Aznar llegase a tiempo al mitin que, qué cosas, se celebraba el mismo 12 de mayo en que quedaba inaugurado este pantano.
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