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U n cuento: Fue hace ya demasiados años. Salíamos de tomar unas enchiladas en una pequeña taberna cerca de 'La alhóndiga de Granaditas' cuando, en la oscuridad de la noche guanajuatense, se dejaron oír los primeros compases de «Las cintas de mi capa». La sorpresa ... fue enorme A los pocos segundos, por el fondo de la callejuela que lleva a la Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato, vimos llegar a la tuna. El cuadro no podía sernos más cautivador. En Guanajuato, capital del estado del mismo nombre, aquel viernes de agosto la tuna de la autónoma y benemérita Universidad de Guanajuato estaba rondando. Había salido de 'callejoneada', como ellos dicen.
Terminado el pasacalle, estuvimos unos minutos hablando con ellos. Tenían prisa, la próxima ronda, como ustedes las llaman –nos dijeron– les pillaba detrás de la Plaza de La Paz. Riendo nos llamaron gachupines, nos cantaron la primera estrofa de «Sebastopol» y se despidieron de nosotros. Luego, tres golpes de pandereta más tarde, hicieron sonar guitarrones y vihuelas chiapanecas y cantando aquello de «Por ser la chica más guapa del barrio» bajo el cálido manto de la aurora, se perdieron avenida abajo repartiendo banderazos cargados de entusiasmo.
Otro cuento: Hace un par de semanas, casi medio siglo después de aquel encuentro, Joan Subirats, actual ministro de Universidades de España, denunciando la segregación por sexos que se produce en algunos de estos grupos estudiantiles y en su afán de erigirse como ministro de un Gobierno que defiende la igualdad, ha dicho que esto de las tunas segregadas por sexo no le parece que sea una tradición a conservar (vale), que le «parece bien que en alguna Universidad haya una tuna» (vale), pero no porque esto haya sido siempre así tiene que continuar siéndolo (cristalino).
Haciendo uso del derecho que me otorgan mis años de tuno, me van a permitir que no opine sobre el hecho de que deba o no deba haber tunas formadas por hombres y mujeres. Cada cual con su «cuadacala», pero solo una pregunta, que desde que he leído los comentarios del bueno de Subirats me tiene en un sin vivir en mí.
Señor ministro, lo digo muy sinceramente: ¿Tan pocas cosas tiene que hacer, que ahora le ha dado por denunciar la segregación por sexos que se produce en algunas tunas? ¿Tan pocas, tan pocas? ¡Hombre, no me fastidie!, que entre unos y otros van a acabar por ajarme los «clavelitos de mi corazón».
Hasta el domingo que viene, si Dios quiere, y ya saben, no tengan miedo.
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