Secciones
Servicios
Destacamos
El yayo se aventura poco a salir de casa. No tanto por el miedo al contagio como por sus temores ya previos a la pandemia, como el que supone cruzar un paso de cebra. Ha estado tantas veces al borde de un atropello que ha ... incorporado a sus pesadillas la posibilidad de ser arrollado.
En sus malos sueños mira a ambos lados de la carretera, verifica que tiene vía libre y de repente, sin saber cómo ni por dónde, vislumbra el destello de unos faros, escucha un frenazo, la vista se le nubla. Justo en ese momento se despierta, incorporándose en la cama indemne pero con el corazón prieto. Consciente de que sus piernas se conducen ya más lentas que su cabeza, ha desarrollado una estrategia particular. Consiste en, después de calibrar que el próximo coche aún queda lejos, echar un pie sobre pintura blanca y quedarse ahí un instante, haciendo saber al tráfico su intención de atravesar el asfalto.
Así lo hizo la otra tarde, cuando agotadas las provisiones se llegó hasta el supermercado al otro lado de la circunvalación donde admiten el carné de jubilado y ahorra unos céntimos en la compra. Dio una zancada breve, seguro de que el Audi que asomaba a lo lejos advertiría su gesto. Erró. En un instante que le supo a eternidad, el turismo aceleró con la misma urgencia con la que frenó a unos milímetros de sus frágiles piernillas. El yayo miró al conductor. A través del cristal esperó ver esbozada una disculpa, pero lo que no llegó a oír fue el exabrupto vomitado por ese loco con la boca tapada. Las mascarillas, pensó Tasio al hollar la acera, también protegen de la estupidez y el incivismo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.