Atrapar la luz

Fue la primera proyección del certamen de culturas contemporáneas en su vertiente cinematográfica y sus bellas y conmovedoras imágenes dejaron una huella acerca del amor al cine, la pasión por los argumentos, el valor de la trama visual para hacer olvidar por un rato las penurias de la vida real que también conquistó el corazón del jurado internacional de la Seminci que le otorgó su Espiga de Oro.

El realizador Pan Nalin vuelca, con un eco muy emocional, rasgos autobiográficos para narrar el impactante hechizo que un niño de nueve años, Samay (Bhavin Rabari), siente cuando sus padres le llevan por primera vez al cine Galaxy a ver un largometraje.

Samay, un crío despierto y curioso, queda abducido por el magnetismo de las imágenes y desde entonces acuña una vocación seminal. Su entusiasmo le conducirá a forjar una cariñosa amistad con el proyeccionista cuya relación guarda un parecido razonable a la contada por Giuseppe Tornatore en su excelsa 'Cinema Paradiso', referencia obligada por sus evidentes conexiones.

Pero además de este cuento de hadas sobre amistades el filme también fabula sobre la obsesión de Samay por atrapar la luz. Una fantasía que le conduce, junto a sus compañeros de escuela, a organizar sus propias veladas llenas de imaginación y chispa. El relato amortiza la magia y revela el advenimiento de la posmodernidad con el traspaso del celuloide al digital. Pero el arte contenido en el soporte fotográfico perdura en su transformación en bisutería; un mal menor.