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Una de las principales señales de decadencia de toda estrategia política surge si sus protagonistas incumplen el primer mandamiento de su oficio: atender a los propios como merecen. Cuando se les empieza a conceder una atención secundaria, todo partido entra en fase declinante porque deja ... de escuchar la voz de quienes pertenecen a su electorado natural, que ejerce como la luz que guía sus pasos: si se apaga, todo dirigente queda atrapado en una habitación a oscuras, a solas con su propio yo, que ocupa todo el espacio. Apagados los sensores que detectan el itinerario de la sensibilidad electoral, los partidos se dirigen sin saberlo al precipicio. Lo curioso es que no deberían alegar en su defensa desconocimiento de lo sucedido: casi siempre estaban avisados.
Por ejemplo, hace un año, el personal sanitario de Atención Primaria desplegó sus protestas a golpe de pancarta, semana tras semana, haciendo ruido. Bastante ruido, repartido por toda La Rioja. Entre quienes se quejaban por la política seguida en la Consejeria de Salud era visible la pertenencia al PP de una variada representación de médicos, enfermeras y resto de trabajadores. O, al menos, su simpatía hacia esas siglas. Las mismas que ignoraron sus dardos. Con los resultados conocidos: hoy, ese partido del que usted me hablaba no gobierna ya la región.
Aunque como las protestas alertaban de serios problemas de fondo en la gestión, todavía continúan. Más sordas, porque sus actores concedieron una tregua al Gobierno entrante y porque sobrevino más tarde la crisis del coronavirus y ampliaron por lo tanto el armisticio, en un alarde de sentido común. Pero son quejas que reaparecen y que alcanzaron cierto clímax el miércoles, coincidiendo con la comparecencia en el Parlamento de la consejera Sara Alba, sucesora de la ahora diputada María Martín. Cómo pudo dejar el PP que aquellos reproches se le fueran de las manos en vísperas electorales, cuando encauzarlos parecía más o menos sencillo (allegar una partida de euros no demasiado exagerada), es una pregunta que sigue siendo pertinente, a la vista de cómo encalla en ese escenario el Gobierno de coalición PSOE/UP.
Con una diferencia. Que al menos Sara Alba sí supo reaccionar, sin esperar siquiera 24 horas. No porque hubiera urnas en el horizonte, sino porque necesitaba acallar cualquier rebelión en las horas previas a someterse al examen que dictamina hoy si La Rioja pasa a la nueva fase de confinamiento. Tal vez hubo razones de dimensión superior, como la certeza de que atención primaria lleva demasiado tiempo siendo secundaria para sus jefes. O que sus trabajadores (y usuarios) merecen una mejor consideración, a la altura de la importancia que tienen. Pudiera ser además que en la rapidez con que se movilizó la consejera anidara un argumento político, en su mejor sentido: ofrecer consuelo a quienes forman parte de su base electoral. Para desairar a los propios hay otros miembros del Palacete que no necesitan ayuda: Alba y Luis Cacho, como termómetros de la variedad de almas que conviven en un mismo Gobierno. Partícipes en una triste ceremonia: ayudar a que en el Parlamento triunfe la eterna idea de herencia recibida o esa penosa frase de mejor que la media como método para liquidar todo debate. Dos ocurrencias y una única diferencia: que hoy viajan en el sentido opuesto al habitual en el último cuarto de siglo.
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