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El colapso de la sociedad de consumo no llegará a través de una revolución –televisada o no–, ni tampoco a causa de una crisis climática que lo ponga todo patas arriba; aunque, como sabemos los fans de 'Extrañas coincidencias', todo está relacionado en la verdad- ... manta de la realidad. El mundo es mucho más simple y chapucero de lo que imaginamos, y por eso la globalización colapsará cuando tardemos un año y medio en renovar la lavadora. El comercio mundial, ese ente que suponíamos robusto y que hasta ahora había supuesto un éxito logístico y productivo sin precedentes –signifique eso lo que signifique– empieza a resquebrajarse: el 'atasco global' implica que si usted quiere un coche nuevo le toque ponerse a la cola, que los chips que habitan nuestros bolsillos se estén quedando sin recambio o que el precio de la energía siga por las nubes. El decrecimiento y la relocalización industrial van a llegar, sí, pero por las malas: a ver si al final era Serge Latouche, y no Marie Kondo, el que tenía razón.
El atasco se ha notado hasta en la Seminci, y Ana Morgade se ha presentado en la alfombra verde enfundada en un portatrajes porque, según ha dicho en redes, casi nunca puede ponerse lo que le gusta y tiene que conformarse con lo que le cabe. Doy fe de que no es cosa suya: en el barco del atasco de la cremallera hemos viajado muchas. Sin embargo, como le dijo Hagrid a Harry una vez –y arengas 'bodypositive' aparte–, en el mundo aún se vende de todo «si sabes a donde ir»: al parecer, el príncipe saudí Bin Salman se jactó en 2014 de poder matar al rey Abdalá con un anillo envenenado que se había agenciado en Rusia. A la vista está que nada es imposible en el callejón Knockturn del universo.
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