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Hay que empezar a recoger el belén y el árbol cuando en Antena 3 dejan de emitir esas películas navideñas en las que una chica se queda atrapada en un pueblo de Montana por culpa de un temporal y se ve obligada a alojarse varios ... días en una pequeña pensión. Allí conoce al hijo de la dueña, que cría caballos en una preciosa granja, y se enamoran la noche en la que acuden al mercadillo y terminan patinando juntos sobre la pista de hielo. Las oyes medio de fondo, son casi más bandas sonoras que películas, y se repiten cada tarde en un ciclo entrañable igual que la propia Navidad. Como son todas iguales resulta maravilloso ponerse frente a ellas con la certeza de que el guion jamás te va a sorprender, y esa convicción somnífera, ese Edén sin sobresaltos, las convierte en la mejor compañía para una siesta de sofá con miguitas de turrón por el jersey.
Alguien que, como en las historias de ciencia ficción, saliera de un largo estado de coma, sabría que se acaba la fiesta porque esas películas hace días que han dejado de emitirse y también por otra señal. Basta asomarse por la ventana y mirar hacia los contenedores azules, que están a punto de reventar repletos de cajas, cartones, papeles y envoltorios de juguetes porque han llegado (y se han ido) los Reyes Magos de Oriente.
Todavía están las luces de colores por las calles y en los centros comerciales sigue sonando Mariah Carey, pero esto está finiquitado. Se ha terminado la Navidad y a mí se me amontonó el otro día como nieve por los párpados cuando los Reyes sobrevolaron Las Gaunas y los niños empezaron a gritar detrás de sus mascarillas. Zumbaban las aspas de los helicópteros llevando por todos lados el aire helado de enero, y en las gradas los críos chillaban, reían, daban saltitos y movían sin descanso los pañuelos blancos arriba y abajo. Qué cosas, tantos años en este oficio y una mañana te asalta sin previo aviso esa clase de emoción, ese nudo en la garganta que uno creía reservado para los blandos o la gente muy mayor. Yo pienso que aún no soy ninguna de esas cosas, pero a estas alturas, quién sabe.
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