La asesina

En los años sin fuste, las películas y los libros eran sólo eso, películas y libros. Ahora son una cosa distinta: a veces, una muesca en el revólver; otras, una obligación; casi siempre, un disfrute; siempre, una prisa, que cada vez me queda menos tiempo para verlo todo, para leerlo todo; es el «cuánta puta y yo que viejo» de Siniestro Total versión señora con ínfulas culturales. Las películas me esperan en las plataformas, los libros se acumulan sobre la mesilla de noche. Duermo pensando que, cualquier madrugada, caerán sobre mí, ahogándome. Espero morir asfixiada por las páginas de un autor de prestigio: que vergüenza si, a la mañana siguiente, encuentran mi cara desencajada bajo una bestseller de aeropuerto, que las señoras con ínfulas culturales tenemos aún más prejuicios que los críticos literarios. Contra Anne Carson, a la que le han concedido el Princesa de Asturias de las Letras, no tengo ningún prejuicio porque no la conozco; busco sus poemas en internet. «¿Cómo sería / vivir en una biblioteca / de libros derretidos? / Con frases corriendo sobre el suelo / y toda la puntuación / asentada en el fondo como residuo». No me importaría que Carson fuera mi asesina.