En tiempos difíciles, el juego consiste en que los de siempre se hagan más ricos y el resto más pobres. Para ello se ignora que los de abajo sobreviven entre la nada y la miseria. Los promotores de la Superliga, con la excusa de salvar ... el fútbol, han propiciado una colisión frontal entre el negocio y la pasión romántica del aficionado, sin olvidar el desprecio a los valores deportivos.
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Se queja la élite del balompié de que sus ingresos se han reducido mucho con la pandemia. Seguro que cuantitativamente las cifras son astronómicas comparadas con las pérdidas del autónomo o del trabajador en ERTE o en ERE que sobreviven a esta peste con ganancias exiguas y salarios escasos. Si estos últimos se aprietan el cinturón, los primeros bien podrían adecuar sus gastos a sus ingresos, que ya les vale la chulería. Así que un día se reunieron 6 clubes ingleses, 3 italianos y 3 españoles. Los 12 caballeros del rey Arturo (Florentino Pérez) inventaron el cuento de ofrecer espectáculo sin sudar la camiseta porque ellos siempre están clasificados. No sé dónde quedaría eso de pelear el triunfo o la emoción del club pequeño goleando al grande al menos una vez en la vida. Me extrañó ver a los ingleses en este invento 'europeo', pero claro, esos clubes de la Premier son propiedad de sultanes y magnates y no hay patria más amada que el dinero.
Sincero ha sido Kevin de Bruyne (Manchester City): «Lo más importante es competir. Sabemos que esto es un negocio y soy parte de ello, pero también sigo siendo el pequeño niño que solo quería jugar al fútbol. Mantengamos los sueños de los aficionados». La protesta de los seguidores del Chelsea y de las aficiones de todos los clubes ingleses ha sido contundente. Digamos que en Reino Unido el espíritu de Espartaco, representando a los de abajo y recogiendo el estado anímico de los enfadados, ha doblegado el poder de las élites. Por cosas más graves no se hubieran manifestado pero se han rebelado y algo es algo. Unidos en su pasión han obligado a los directivos a pedir perdón a sus aficiones. Aunque sea por miedo, han tenido un rasgo de humildad ante los suyos.
En España, lo que sorprende es el silencio. Las aficiones del Madrid y el Barça o quienes las controlan a su antojo debían tener instrucciones de los jefes. Una pasividad desconcertante que desconozco si es resignada o sumisa. Mientras Florentino y Laporta echan cuentas vemos que las brechas de la desigualdad que generó la crisis de 2008 y que está profundizando la pandemia no pueden seguir creciendo ni en el fútbol ni en la renta. Hoy vivimos en una calma tensa pero, gracias a los errores de una élite que menosprecia a los que están debajo, hemos visto que hay barcos que naufragan incluso antes de zarpar. Los ingleses han hundido la armada de Florentino, que parecía invencible.
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