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La aparición de nuevas formaciones políticas fue saludada como una oportunidad de enriquecer el pluralismo del sistema español, en el que los nacionalistas cabalgaban a su anchas y eran los únicos capaces de alterar una bipolarización política de facto. Bienvenidas fueron, ya solo porque alguien ... todavía seguía dispuesto a cantarles las cuarenta a los políticos que desacreditan una parte sustancial de la democracia.
A la izquierda surgió Podemos (hoy Unidas Podemos), que rentabilizó astutamente los movimientos sociales y el 15M, hasta llegar a las instituciones, incluido el Consejo de Ministros, a pesar de despreciar su funcionamiento democrático.
Y en el centro nacieron UPyD y Cs, que supusieron un soplo de aire fresco y alentador para un país en el que cada vez se hacía más patente el dramático divorcio entre los ciudadanos y la clase política tradicional. Y lo hicieron reclamando la recuperación del orden constitucional, la separación de poderes y la igualdad entre todos los españoles. Porque es amargo que en España no se hable solo de jueces, sino de jueces conservadores o progresistas, y que los más altos tribunales o la Fiscalía General del Estado sean miméticos con el Ejecutivo de turno, ajustando a demanda la interpretación de las leyes.
Su génesis fue apuntalar valores de nuestra Constitución con las reformas legales precisas. Una idea que los grandes partidos habían renunciado abrazar porque, no necesariamente, lo que era conveniente para España lo era para ellos.
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