Antes de que aprendas a leer

Antes de que aprendas a leer, ya te deseo varias cosas, Ana. Que saltes a la comba en el patio del colegio, que juegues a policías y ladrones, que te raspes las rodillas subiéndote a los árboles. Que veas mundo, que leas mundos. Que navegues a bordo de 'La Hispaniola' y te hagas amiga de John Silver El Largo. Que te desalojen de la infancia más tarde que pronto. Que crezcas sana y fuerte y libre. Que te gustes al mirarte al espejo. Que cierres los bares bailando hasta el amanecer y vuelvas a casa con los tacones en una mano y pan caliente en la otra. Que siempre tengas ganas de hacer una maleta, de coger un avión, de perderte en otras ciudades, otros países, otros continentes. Que te apasiones, que seas curiosa. Que tengas solo un poco de miedo, el suficiente como para mantenerte alejada dos pasos del borde del precipicio. Que creas en cuatro o cinco cosas, pero que seas capaz de partirte la cara por ellas. Que respondas «¡Fenomenal!» cuando te pregunten «¿Qué tal?». Que me llames si necesitas desahogarte, o reírte, o saber cómo darle volumen al pelo fino, o la lista de maridos de Zsa Zsa Gabor por orden cronológico. Que te enamores del batería de un grupo de rock. Que nunca te enamores del batería de un grupo de rock. Que te levantes tarde los domingos. Que leas esta columna algún día. Que seas dichosa, Ana.