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Entre todas las enseñanzas que derivan de la pandemia, hay una que interesa especialmente al Gobierno que preside Pedro Sánchez. Me refiero a la dificultad de cumplir las promesas de anuncios «maravillosos». Ha ocurrido en temas tan cruciales como el de los ERTE, que se ... han ido resolviendo a trancas y barrancas. Está sucediendo ahora con el Ingreso Mínimo Vital, que se ve aún en mantillas pese al interés indudable del Ejecutivo en sacarlo adelante y extenderlo a las 850.000 familias que se calcula precisan esta ayuda y que suman unos dos millones de personas.
Las necesidades son imperiosas y la buena voluntad evidente, pero chocan con la realidad de cómo funciona la burocracia de nuestro país, con los cruces obligatorios y en absoluto ágiles, entre diferentes organismos para analizar, aprobar y dar respuesta a los peticionarios, además de la escasa plantilla de funcionarios dedicados a estos menesteres, que se ha visto más limitada por el teletrabajo que impuso el confinamiento, amén de los descansos estivales. Es posible que también las exigencias para completar los expedientes sean excesivas, lo que da pie al rechazo a muchas de las solicitudes, como señalaba el sindicato CC OO.
El ministro Escrivá se ha excusado por la tardanza, apuntando a algunos de estos problemas de tramitación. Asegura que a finales de septiembre se verán los resultados. Los sindicatos, por su parte lo resumen con la palabra «caos». El líder de UGT, Pepe Álvarez, considera inhumano que la situación dramática de tantas familias que no perciben ingreso alguno desde marzo pueda depender de la ausencia de un papel. Advierte de movilizaciones en septiembre si las cosas no mejoran.
No lo tiene fácil el Gobierno cuando, además, no se conoce la fecha de entrega por parte de la UE de los 140.000 millones que corresponden a España del fondo aprobado para abordar la pandemia. Otra buena noticia, la de esta ayuda, que el presidente Pedro Sánchez notificó con satisfacción y que se retrasa, en este caso, por la burocracia europea, lo que demuestra que en todas partes cuecen habas. Pero nuestro Gobierno se ve abocado a pedir un anticipo, para hacer frente a las circunstancias que atravesamos y, sobre todo, a las que pueden venir.
Para completar el difícil panorama, el líder del PP, Pablo Casado, se ha reafirmado en su intención de no colaborar en lo que a grandes acuerdos se refiere –léase, en particular, aprobación de los presupuestos–, lo que anuncia más problemas. Es por tanto tiempo de prudencia, de anuncios medidos y de no permitir que los ánimos decaigan, pero sin triunfalismos. La decepción socava la confianza y eso en política es muy malo.
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